Dylan ha vuelto a hacerlo. Otro disco redondo que muestra toda su potencia compositora que, si bien no llega a la altura de sus clásicos, siguen teniendo su toque personal. No solo por su voz y su manera de cantar, sino por la carga lírica de sus canciones, que sigue ahí, presente, incombustible, sencillamente genial.
Dylan regresa con un disco cargado de blues, más eléctrico y rabioso que su hermoso y melancólico Time our of mind. Algunas de las canciones de este disco tienen connotaciones del legendario Highway 61 revisited, en especial el tema que abre el álbum, Tweedle Dee & Tweedle Dum o Summer Days. Junto a estos encontramos baladas como Mississippi o cortes que destilan jazz con sabor años treinta como Bye and Bye o Moonlight. En suma, un disco que mira a las raíces del rock americano.
Si bien musicalmente no aporta nada nuevo, todo sea dicho, Dylan sigue siendo Dylan. Un venerable anciano que escribe poemas musicados. Y que lo hace como los ángeles. Un ángel con la voz rota, cascada por los años. A los amantes de su obra (me cuento entre ellos) les encantará, pero quizá miren atrás con nostalgia, recordando sus obras maestras (Blonde on Blone me viene a la cabeza de repente).
El viejo poeta sigue en lo suyo.