Desde el primer segundo de escucha de este disco nos asalta la sensación de que hemos retrocedido en el tiempo unos treinta años, hasta aquella mágica década de los 80 donde los sonidos electrónicos predominaban en la escena musical a nivel mundial. Teniendo en cuenta la enorme cantidad de himnos que se originaron en aquellos años, no es de extrañar que la neozelandesa Phillipa Brown haya elegido dicho periodo para ambientar las canciones de su disco de debut.
Ya desde su nombre artístico −el título original de aquella Lady Halcón que dirigiera Richard Donner en 1985− esta joven nos demuestra sus intenciones de recuperar lo mejor de una década para incorporarlo a su discurso, con la ayuda de un ilustre escudero como Pascal Gabriel (colaborador de famosos ochenteros como Kylie Minogue, Debbie Harry, Erasure o New Order), quien además es co-autor y productor de más de la mitad del presente álbum. El resultado general es altamente satisfactorio.
Abre fuego Magic, que resulta a la postre uno de los cortes con sonido más contemporáneo, parecido al One word de Kelly Osbourne. Luego Manipulating woman nos sumerge ya en territorio de antaño −esos teclados a lo China Crisis−, para dar paso a uno de los primeros trallazos del disco, My delirium, donde nos vienen a la mente nombres como Stevie Nicks o algún ídolo del tecnopop adolescente como Kim Wilde.
Better than Sunday echa mano de un puntillo melancólico digno de los enormes New Order, mientras que Another runaway y Love don’t live here se lanzan a tumba abierta a por la herencia de Roxette, logrando pese a todo pronóstico el equilibrio perfecto entre lo hortera y la elegancia mainstream.
Back of the van, pese a sus buenas intenciones, arranca homenajeando (es un decir) flagrantemente el Girls just wanna have fun de Cyndi Lauper, detalle que le resta muchos enteros. Por suerte después llega Paris is burning, single que tras una primera escucha sabe a poco, pero que con algunas repeticiones logra convertirse en una de las joyitas más adictivas de Ladyhawke.
El noveno corte, la efectiva Professional suicide, bebe de Garbage tanto en los recursos de producción como en la letra (“Haces lo que quieres y tocas lo que quieres, pero lo que haces es una mierda y lo que tocas da asco. Es un suicidio profesional.”). Después es el turno de Dusk till dawn, de clara vocación tarareable y comercial. Crazy world y la melosa Morning dreams rematan el disco sin bajar ni un ápice la calidad, demostrando que el nivel de exigencia de la mujer tras este proyecto ha logrado que apenas haya temas de relleno.
En definitiva, estamos ante un debut que intenta devolvernos −con excelentes resultados− la cultura de los sintetizadores y del pop electrónico adolescente ligeramente bailable. Música directa y sin aparentes complicaciones, pero con mucho trabajo detrás de su elaboración. Una artista cuyas futuras entregas habrá que tener en cuenta.