El festival, con su habitual mezcla de repertorio doméstico de flamenco, pop, rock y punk, se unió el sonido internacional para formar una ecuación musical en otro evento marcado por el buen ambiente... y la lluvia.
Ni el cambio de ciudad, ni los pequeños problemas de sonido del escenario Temático, ni los rigurosos controles de la seguridad a la entrada, ni, sobre todo y otra vez, la intensa lluvia caída durante los tres días (16, 17 y 18 de abril) han supuesto una barrera al gozo de los más de setenta mil fieles que poblaron el Albergue Juvenil de Mérida, sede del Extremúsika 2009.
La capital extremeña (y Patrimonio de la Humanidad...), Mérida, ansiaba un espectáculo que atrajera a las masas de toda España. Su famoso Festival de Teatro Clásico de verano no bastaba para la ciudad romana y, con su alcalde de estandarte, lideraron la travesía hacia un fenómeno musical que cada año recobraba más relevancia: El Extremúsika.
Las siete hectáreas de espacio para conciertos, parking y camping se multiplicaron por más de cuatro hasta llegar a las veinte, una auténtica barbaridad. Se trataba de un auténtico ejercicio de atrevimiento, con el miedo de que saliera un tiempo como el del pasado evento, donde tuvo que suspenderse la última jornada por culpa de la lluvia y una ventolera para el olvido.
Pero el festival, con el paso de los años, en su sexta edición, ha supuesto una renovación en varios sentidos. Al cambio del lugar y recinto, hay que añadir otras más, entre ellas la afluencia de público. Ahora es mucho mayor, ya que el festival toma año tras año más nombre y protagonismo entre los jóvenes. Y también cabe destacar la internacionalidad del espectáculo, ya que en sus anteriores ediciones no contó con ningún grupo musical de más allá de las fronteras españolas.
Bajo presupuesto, fidelidad del público
Para esta edición se ha logrado más variedad en cuanto a estilo musical. El mercado doméstico vende poco en este país, los datos así lo atestiguan, pero lo que sí que es cierto es que, como reconoce el organizador, Ángel Romero, no es música de “radiofórmula, pero tiene su público fiel”. Y eso es realmente importante para festivales modestos como este o el Viñarock, que cuentan con un presupuesto menor que al resto. La organización del extremeño ha contado con poco más de 1,8 millones, dos más que el pasado, para la formación de un cartel muy diverso.
De esta manera, el género predominante ha sido el punk-rock nacional, si bien el internacionalismo ha dotado al festival de más prestigio y ha atraído tanto a punkies, como modds, como indies. Todo esto se ha producido gracias a la contratación de grupos como Tequila, Bad Religión, The Misfits o los clásicos Jethro Tull, que dieron un auténtico recital.
Inevitable hablar de la privilegiada invitada: la lluvia, que no se perdió ninguno de los tres días que duró el festival. Desde que lo abriera Wartime el jueves, hasta el cierre de The Ramonas y Los Chunguitos. Hubo agradecimientos, por ello, por parte de todos los artistas hacia el público, que siempre estuvo entregado en cada uno de los conciertos.
El rap también tuvo su protagonismo desde el primer día, y fueron los Violadores de Verso los que, con sus rimas desafiantes y directas intentaban amenizar los primeros llantos del cielo. Un magnífico Rosendo maquilló una espectacular exhibición en un jueves que cerraron Albertucho y Sinkope hasta las tres y media de la mañana.