José Luis García (también conocido como El Rubio), tras su paso por los imprescindibles Manta Ray como guitarrista, cantante y compositor, y posteriormente en el proyecto paralelo Viva Las Vegas, se une en esta ocasión a su pareja sentimental Fany Álvarez (ex Fany Y Los Dandys), para crear una nueva aventura musical que, pese a su brevedad –apenas se supera la media hora de duración–, está llamada a convertirse en uno de los mejores discos de 2009 a ojos de la crítica especializada, y si no tiempo al tiempo.
1971, el álbum de debut de este dúo, se construye con diez temas donde García y Álvarez se muestran desnudos sentimental y musicalmente, balanceándose entre la suavidad y la aridez de unas composiciones sencillas y directas, pero no por ello de fácil pegada. Estas pequeñas piezas tan pronto suenan frágiles como arrojan hacia el oyente un ramalazo áspero que le obliga a mantenerse a cierta distancia, como mero espectador de un catálogo emocional realmente desarmante.
Hay que hablar necesariamente de intimidad –muchas de las letras apenas se susurran–, y de una sensibilidad que va calando mientras transcurren plácidamente los temas, entre la tonadilla tradicional que se mece entre violines presente en la inaugural Cada día y el ensoñador broche final que es Yo podría dar mi voz. Eso sí, hay que hacer una merecida pausa en el segundo corte, Todas las cosas, sin duda el momento más destacado del álbum.
Por el camino se van desgranando diferentes aspectos de una relación amorosa –siempre con ese telón de fondo de las nanas–, a veces con las dos voces de los componentes de este dúo alternándose, otras superponiéndose, o en un corte como Iluminada sencillamente desapareciendo. Poco rastro queda de Manta Ray aquí, salvo tal vez en El tiempo.
En comparación con aquella importante formación del indie estatal, aquí las voces adquieren una importancia fundamental, pasando al primer plano y relegando a una instrumentación que, pese a todo, se ha sabido cuidar (sampleando baterías y percusiones, por ejemplo). Así pues, de ser una recopilación de canciones de cuna para regalar a sus amigos, la pareja implicada en la elaboración de 1971 –año de nacimiento de ambos– ha acabado pariendo un disco perfecto para que todos nos preparemos para enfilar hacia la cama.
El pop elegante y árido que facturan se acerca a las composiciones de Vainica Doble, Paco Ibáñez, Dominique A, Low o a las colaboraciones de Isobel Campbell con Mark Lanegan, y como ellas deberían compartir un mimo por parte del oyente. No son éstas canciones de consumo rápido, sino que deben llegar a nuestros oídos tal y como fueron concebidas, apenas en un susurro. Sólo así podremos apreciar su serenidad y elegancia, y entonces lograremos dejarnos arrastrar por el adormecimiento al que nos invitan.