Muchos tenían en mente desde hacía días, semanas e incluso meses, las 21.20 del sábado 30 de mayo. A pocos les importó que Neil Young, sin duda el cabeza de cartel, empezará su concierto con retraso y que lo acabará antes del tiempo estimado. El canadiense demostró en los primeros compases el porqué de la expectación generada y de la congregación de gente tan dispar en un escenario a rebosar como nunca antes se había visto en el PS. Ofreció 1 hora y 45 minutos del mejor rock que se pudo oír a lo largo de las tres jornadas. La fuerza vital de su sonido acalló de una manotada cualquier duda que pudiese haber sobre su estado físico dada su edad (64 años). El músico y su eficiente banda demostraron una plenitud y vigorosidad rockera asombrante a lo largo de un repertorio que dejó lugar a algunos temas de su último trabajo “Fork in the road”, pero especialmente, enfocado a temas de la envergadura de Cortez the killer, Heart of gold y la catarsis colectiva de miles de persona coreando Rockin in a free world, apuntillando por primera vez su recital. Finalmente, y a modo de bis, el canadiense dejó petrificados a la audiencia con una versión electrizante de A Hard Day Night, llevando el tema de los Beatles a cotas inalcanzables para cualquier otro artista. Neil Young había escalado un 8.000 en Barcelona y en el camino había dejado una tormenta sonora de riffs, actitud, coherencia, calidad y maestría. Toda una clase del padrino del “grunge” a sus seguidores (incluidos los artistas que poblaban el festival) de cómo hacer con el ruido algo que suene compacto y trascendente a la vez.
Bradford Cox, al frente de Deerhunter, tuvo que lidiar con un factor inherente a él. Su ubicación tras el ciclón Young, dejó la llovizna melódica de Deerhunter en un discreto plano.
Mucho más contundente resultó Ghostface Killah y su escuadrón de MC’s. El ex miembro de Wu-Tang Clan embistió al público con sus rimas sobre samplers melódicos. Hubo momentos de auténtico frenesí colectivo, tan sólo algo empañados por la vertiente de maestro de ceremonias, en la que Ghostface Killah se perdía en ocasiones.
A la misma hora Sonic Youth reconfortaban a la audiencia presentado su último trabajo, The Eternal.
Mientras buena parte de los 35.000 asistentes se comían la pista de baile al ritmo in esquivable de Simian Mobile Disco, los pocos que restaban se precipitaban al punk garage de los Black Lips. Los de Atlanta demostraron que aún yendo ebrios saben hacer música compacta y salvaje. Hicieron gala de su actitud punk desafiante, y para la memoria de los presentes quedara ver a uno de los guitarristas (el de los chicles boomerang) permitiéndose el lujo final de marcarse un riff de guitarra con una parte poco ortodoxa de su cuerpo.
El fin de fiesta vino de la mano de Dj Mehdi. A esas horas de la noche o de la mañana, poco importaba el valor musical de la propuesta. La gente quería bailar y cualquier beat era recibido con las manos a lo alto.
De esta forma se ponía punto y final al Primavera Sound 2009. Una edición que manteniendo su arriesgada propuesta musical ha logrado llegar a un público masivo y que se erige una vez más como el festival europeo de música independiente por excelencia. Un festival que ha sido el mejor bálsamo anti crisis de la actual coyuntura, y que da por empezada la temporada de festivales veraniegos para miles de jóvenes, y no tan jóvenes.