Tras su debut homónimo (2005) y el EP Una luz de estío glacial (2006), los gallegos Igloo vuelven a la actualidad musical con este #2. La transición de fase, un trabajo donde nos muestran los progresos musicales que ha hecho la banda en estos últimos tres años. El salto cualitativo que se aprecia en las diez canciones aquí incluidas es francamente impactante, y podría muy bien situar a este grupo en la parrilla de salida para jugar en la primera división del rock independiente.
Es curioso constatar cómo los sonidos de los que echaban mano en sus dos trabajos anteriores –los apuntes electrónicos del disco de debut y la vertiente más oscura del EP– siguen apareciendo aquí y allá, pero integrados dentro de un discurso con personalidad propia, y que es capaz de elaborar himnos impresionantes que en apenas un par de escuchas calarán en los oídos de quienes busquen composiciones poco acomodaticias cantadas en español. Igloo han reforzado su personalidad, y nos arrojan estas canciones sin complejos y sin temor a ser rechazados.
Las canciones de #2. La transición de fase juegan mucho con las intensidades, y en ellas se funden las oscuras letras –por pesimistas y tremendistas– con sonidos penetrantes que nos sumergen en un marasmo de sensaciones mientras éstas suenan en nuestro reproductor. Los arreglos, muy cuidados, contribuyen a rematar el efecto final.
Corte a corte, la banda ofrece aristas bajo diversos títulos, aunque siempre enmarcados dentro de su peculiar estilo, cercano a las coordenadas de rara avis como El Columpio Asesino, Schwarz, Zoé o Maga. Precisamente el cantante de estos últimos, Miguel Rivera, colabora en las voces de Sin mentiras, sin duda el tema más destacado de este disco. También se aprecia la estela de los sevillanos en Al otro lado del universo, que abre el álbum.
En composiciones como Azul casi transparente o Todos somos átomos se aprecia un deje bailable –aunque casi enfermizo– que rompe con una cierta monotonía que pudiera haberse creado con el paso de los cortes. En la recta final del disco encontramos dos temazos como Adán y ella o El pase de la muerte (single elegido para promocionarlo), donde las voces se ven arropadas por unas guitarras a mitad de camino entre Los Planetas y Placebo.
El grupo se niega a mostrar su lado más delicado, ni siquiera en Informe de daños (que cierra el álbum), rematando con potencia un tema que podía haber supuesto un punto y final más cómodo y tranquilo para el oyente. Eso viene a constatar el rumbo que estos gallegos quiere seguir en esta nueva etapa de su carrera, que esperemos que dure muchos años más.