Una broma irreverente. Así se podría titular el apoteósico comienzo del nuevo disco de los Reverend and The Makers, A French kiss in the Chaos, que desmelena lo que debería ser una gran apuesta que poco a poco va acoplándose de lleno a los nuevos cánones y estereotipos impuestos por la nueva ley del arte independiente musical.
Un disco repleto de sonido chicle, masticado de sobra por los principios que ha de predicar un popero a día de hoy. Una mezcla de aires ochentenos, bases muy fáciles de aprender y tararear e influencias de su primer disco, el mismo que despertó un gran interés pero que dejó un amplio abanico de suspicacias por ver cómo afrontaban su segundo trabajo.
Muy lejos del debut con State of Things, este segundo ejercicio de los apadrinados por los Arctic Monkeys en su última gira por España, deja mucho que desear, y no por el principio atronador. Mejor en directo y divertidos que en formato CD, la banda de Sheffield toma la alternativa al indie británico con pocos poderes de convicción pero con una habilidad sobre el escenario que refleja la espontaneidad de sus integrantes que intentan plasmar en disco, con deficiencia notoria.
Silence is Talking. Nunca mejor se podría haber definido el pistoletazo de salida de una obra con tanta ironía y descaro. El título que implica controversia desde el primera track es, sin dudas, la mejor canción. Le sigue muy de cerca No good just trees, del mismo estilo.
En lo demás abunda mucha música de videoclip barato, cortes muy bailables por momentos y, sobre todo, mucha reiteración en la base rítmica, de fácil gancho para repetir una y otra vez.
Con todo ello los británicos conforman un LP sin ambición, pero garantizan pasar un buen viaje de vacaciones de verano como banda sonora en los cascos, en el coche de camino a la playa o previa a una fiesta hollywoodiense. El espectáculo está servido siempre que estén de por medio estos ingleses que, no exentos de calidad, deberán demostrar más en su tercer trabajo de estudio si quieren resarcirse de un disco aprobado. Sin más. Porque una parte demasiado grande del álbum está cubierta de plastilina, y como el niño que intenta amoldar una pieza con ella, al final se da cuenta que todo el trabajo ha sido en vano, pues la figura es monótona y plana.