Hay algo misterioso y especial en Manchester. Con el paso de los años la ciudad ha sabido reinventarse y convertirse en un elemento fundamental de la escena musical británica por encima de estilos y tendencias. La tercera urbe de Inglaterra, actualmente en pleno proceso de modernización, ha visto partir desde sus calles de alma obrera la British Invasion en los 60, la subversión punk de los 70, el auge de la música de baile, la cultura de club y el éxtasis. En ellas también se sentaron las bases del última gran fenómeno musical generalizado de las Islas; el Brit Pop. Una banda, The Stone Roses, firmó en 1989 el que es considerado por muchos el mejor álbum de la historia del pop británico, incluso por encima de Beatles y Stones. Quizá no sea para tanto, pero The Stone Roses es una obra fundamental para entender la evolución musical y social en el Reino Unido a lo largo de las dos últimas décadas.
Muchos discos inscriben sus títulos en la historia por su excelencia y otros por el espíritu rupturista y la capacidad para marcar el camino de toda una generación. The Stone Roses relanzaron el orgullo musical británico absorbiendo sus eternos y clásicos referentes, sin desestimar recursos psicodélicos adoptados del otro lado del Atlántico, y fusionándolo todo con el legado lisérgico del pasado más reciente de su Manchester natal. Acompañado por los cambios políticos, sociales y culturales de finales de los 80, el disco fue recibido como un soplo de aire renovado, espacio y libertad para una juventud encerrada y sin perspectivas, cuyo punto de encuentro fue el mítico concierto en Spike Island en mayo de 1990.
La actual edición de The Stone Roses recupera los once temas originales, ahora remasterizados, que formaron parte de la edición británica del disco, más el bonus track “Fools Gold” incluido en la versión americana junto a “Elephant Stone”. Además viene acompañada de un segundo disco con demos y rarezas que incluye la inédita “Pearl Bastard”, y un DVD con sus videoclips y la actuación integra que la banda ofreció en el Express Ballroom de Blackpool en 12 de agosto de 1989. Todo ello en un pack con ilustraciones inspiradas en la portada original que John Squire elaboró imitando a Jackson Pollock ante la imposibilidad económica de utilizar una obra original del impresionista estadounidense.
Mesurado en esencia, The Stone Roses evoca al espíritu colectivo y multitudinario de los 60. “I Wanna Be Adored” es la apertura perfecta para cualquier disco. Psicodélica y arrogante, es un dictamen actitudinal para cualquier banda de rock y sino vean a Liam Gallagher y todo lo que le debe a Ian Brown. “She Bangs de Drums”, en cambio, es un alegato mayúsculo al pop por su estructura y melodía redondas y por la inocencia que desprende. El conjunto es perfecto. Hay lugar para himnos eternos (“Made Of Stone”), para referencias políticas al mayo parisino de 1968 (“Bye Bye Badman”), alusiones a la canción tradicional en “Elizabeth My Dear” y para el exceso de tintes épicos de más de siete minutos que es “I Am The Resurrection”. Incluso un divertimento como “Don’t Stop”, la versión invertida y retocada de “Waterfall”, encaja.
El segundo disco se presenta más interesante ya que permite contemplar a los Stone Roses al desnudo, sin la artificiosidad de la producción de John Leckie que dotó al álbum de una potente base rítmica. Y es que aún que se hable de su éxito como algo fugaz, fueron necesarios casi cinco años de pruebas, ensayos y varios movimientos de miembros antes que banda se encerrara en los estudios Battery y Konk de Londres y en los Rockfield galeses para dar forma al disco. La marcha de Andy Couzens otorgó al guitarrista John Squire un protagonismo fundamental en la perfección del sonido mientras que Gary Mounfield ‘Mani’ suplió las carencias Pete Garner en el bajo. Junto a Alan John Wren ‘Reni’, el cuarteto tomó la forma definitiva y encontró en las manos Leckie la senda adecuada.
The Stone Roses abanderaron el renacimiento del pop británico. Fueron la semilla de la que germinó el Brit Pop pocos años más tarde y que devolvió al país el papel hegemónico que nunca debió perder como nación fundacional de la cultura pop. Problemas contractuales apartaron la banda del primer plano más pronto de lo que cabía esperar, pero su impacto fue tal que no han perdido su lugar de privilegio pese al paso de los años.