El grancanario Víctor Ordóñez viajó un buen día a Barcelona, buscando acompañantes que quisieran embarcarse con él en un periplo musical. La casualidad quiso que la voz femenina que buscaba acabara trocándose por la de Sergio Pueyo (en aquellos momentos en Onanagel’s, conocidos dentro del circuito underground de la Ciudad Condal). Así fue cómo ambos acabaron pariendo The Good Company, quinteto que acaba de publicar su debut.
28 nos ofrece diez composiciones cantadas en inglés –con un deje a veces reminiscente del usado por los mallorquines Sexy Sadie– donde se entremezclan influencias del pop-rock británico y norteamericano de las últimas décadas, sin mostrar mimetismos excesivos pero dejando entrever en algunos detalles o sonidos cuáles son los discos de cabecera de la banda: Pink Floyd, Radiohead, David Bowie, Wilco...
En general el tono del disco es tranquilo y pausado, predominando los temas contenidos y de una cierta longitud sobre aquéllos donde The Good Company deciden desplegar mayores dosis de energía. De ese modo se logra que podamos disfrutar por igual del colchón melódico que acompaña a cada canción y de la voz que nos guía a lo largo de la misma, como sucede por ejemplo en A city shines, una de las piezas más logradas del conjunto (y que en su tramo más bailable se halla cerca de las coordenadas de Delorean).
Si en una primera escucha la sensación es más que agradable, basta con revisitar los diez cortes del disco para regodearse en el tono casi pastoral de Unweighted, la intimista Unkind, las guitarras afiladas de la bailable Busy town o ese final por todo lo alto con Revolution, que supone la estación de llegada para este relato sobre un individuo anónimo que busca huir de sí mismo y desprenderse de las pesadas cargas de la existencia, a través de un itinerario donde no hay marcha atrás, y que necesariamente deberá desembocar en la reinvención o en la muerte.
Pese a tratarse de un disco conceptual, 28 no transmite la sensación de pesadez o de falta de ritmo generalmente asociada a ese tipo de productos, ya que cada tema funciona perfectamente por su cuenta, aislado de la historia principal, aunque su aportación a la misma resulta fundamental también para ir siguiendo el devenir de la misma.
En resumidas cuentas, esta primera muestra del talento de Ordóñez y sus chicos da pie para profundizar en ella con el paso del tiempo, en sucesivos acercamientos, y también nos mantiene atentos a lo que The Good Company puedan dar de sí en el futuro.