Las dos últimas jornadas del Primavera Club evidenciaron una vez más la estima de los organizadores hacía las propuestas sonoras más arriesgadas, y la concepción de ese sonido en el mejor marco posible: la sala de conciertos, o si se prefiere, ese animal en peligro de extinción. A pesar de que todo esto pueda sonar a alabanzas hacía el festival, también hay que puntualizar que para el osado buscador de nuevos grupos tener que organizar una gincana a cada jornada, y con algunos disgustos en el camino en forma de aforos completos, no resulta una tarea fácil
Pero vayamos realmente al centro de la cuestión, a eso que provoca que deambulemos la ciudad de arriba abajo. Si de las dos primeras jornadas destacamos los conciertos de HEALTT, y especialmente, el de The Soundtrack of our lives, del sábado resultaría complicado quedarse con alguno, y no precisamente, por lo alto que apuntaron las diferentes propuestas que este servidor decidió discernir como las más interesantes de un cartel semi desconocido de antemano. Seguramente la mejor noticia nos la dio el portero de discoteca que nos impidió entrar al Jamboree para presenciar de Woods, con lo que el camino obligaba a dirigirse hacía el Sidecar para disfrutar del folk luminoso de Port O’brien. Los californianos se sienten cómodos en Barcelona y lo demostraron con desparpajo encima del pequeño escenario de esta mítica sala barcelonesa.
Luego la noche se la apoderó el Apolo, donde Ted Leo and the pharamcists navegaron sin rumbo definido entre diferentes estilos, todos ellos más propios de un público con acné, que de los gourmets que suelen asistir a estos eventos.
Entonces era el turno de los esperados, para muchos, A Place to bury strangers. Este trío de Brooklyn despliega una maraña de sonido asfixiante, que va enredándose de forma igualmente asfixiante, hasta que encuentra cierto destello armonioso por algún rincón oscuro de la sala. A pesar de que el show lucía un hipnótico ambiente, era difícil que los tímpanos se acomodaran a él.
A continuación Wave Machines ponían las notas de color con su pop de guitarras eléctricas con sintes y tintes electrónicos para buscar la movilidad de su audiencia. Nada nuevo, pero resultones.
Finalmente la jornada del domingo fue la más fácil y placentera de todas. De hecho sólo había que acercarse a la sala Apolo, y dejar las piernas y la mente en stand by, para dejarse arrastrar por tres de las mejores propuestas que se vieron en todo el festival. Empezaron abriendo la lata los ya mencionados Port O’brien, a estos les siguió el personal y exigente cantautor trotamundos Cass McCombs. El artista desplegó sus píldoras anestésicas, con un dominio de la guitarra, del tiempo, del escenario, (ahí se sobrepasó un poco) y de esa voz angelical, maravilloso. Su velada nos sumergió en un mar de tranquilidad afable en un ambiente que parecía sacado de una postal cabaretera del París de los años 50’s. Su tema "You saved my life" irrumpió inesperadamente y se adueño rápidamente del corazón de los presentes con esa hipnosis embriagadora. McCombs no sólo demostró que su Catacombs es un clásico instantáneo, sino que su figura está dentro del grupo de cantautores a lo que seguir muy de cerca, si no cómo se explicaría que ofreciese el mejor recital del festival.
Finalmente, y a modo de traca final los barceloneses Standstill ofrecieron un particular directo en el que tocaron alguno de sus temas de Viva la guerra, para después presentar un jugoso avance de lo que será su nuevo álbum. Para éste han contado con la participación de nuevos músicos de instrumentos de viento y cuerda que ayudan a enriquecer y llenar de más matices la de por sí compleja, aguda y potente música de este grupo nacional.