Jordi Piñol, alias Skywalker, fue el cantante de Buenas Noches Rose durante los dos primeros discos de dicha formación, aparecidos en el último lustro del siglo pasado. Después, como explica en el libreto del álbum que aquí nos ocupa: “Desaparecí. Me fui a un lugar secreto que se llama el Alma del Mundo. Y me enamoré de la Tierra, del cielo, del mar.”
Lo sucedido realmente con Jordi en estos últimos doce años es que se marchó hasta las Alpujarras granadinas, en una especie de retiro espiritual durante el cual tendría a sus dos primeros hijos, y –dice la leyenda– marchó descalzo por París para posteriormente regresar a España a lomos de un burro. Eso sí, el gusanillo de la música acabó por encontrarle de nuevo, así que alistó entre sus filas a Rubén Pozo (actualmente en Pereza, pero también compañero de Jordi en su anterior grupo) para que le produjera este Corazón de padre atómico.
Los trece cortes aquí incluidos transmiten a la perfección la idiosincracia de Piñol, inmerso en un estilo de vida que propugna la sencillez y la cercanía a la naturaleza como dadora de vida y fuente de grandes satisfacciones. Así, en el single Babylon arremete contra las grandes ciudades (“En Babylon no saben lo bien que huele la mierda de caballo”), apostando en su estribillo por “más trompetas y menos pistolas”. Es una característica presente en todos los cortes, hasta la misma conclusión del álbum, Canción india, donde canta: “Mi madre es la Tierra, mi padre es el sol, mi abuela la luna, mi abuelo el cielo creador.”
Sorprende la oda a las faenas domésticas que es Héroe de mi casa, y agradan el canto a la naturaleza de Amor cósmico o el deseo expresado en Muerte súbita de que de su propio cadáver surja nueva vida, dejando que todo fluya con naturalidad. Pero, ante todo, prevalece esa declaración de principios que es el estribillo de Simple: “Tengo un sueño diferente / Sé que es nadar contracorriente / Yo quiero ser simple”.
En cuanto a la música, se barajan estilos tan diferentes como el folk entusiasta acompañado de palmas (Burriquita), el blues pantanoso y fronterizo (en alguno de los temas mencionados arriba) o el funk (Círculo), sin por ello renunciar al rock caracterísitico de su antigua banda, ni a otros pasajes de tono más pastoral. Destacan también los cuatro cortes cantados en francés, especialmente la balada Aimez o el regusto cabaretero y balcánico de Dans a la lune.
Los 57 minutos de Corazón de padre atómico son un buen muestrario de música imperfecta, fresca, realizada sin prejuicios, y que debería ser escuchada de ese mismo modo, tratando de disfrutar del primitivismo temático y de ejecución –algo cándidos ambos en algunas ocasiones, no vayamos a engañarnos– de una grabación donde se han plasmado grandes cantidades de buen rollo y naturalidad.