Estos ingleses son capaces de convertir la escena más rocambolesca, ardua y espinosa en algo armonioso, tangible, sublime, proporcionado e incluso de permutar el ruido en sonido, directamente. A los de Bristol, algunos, les han tachado de hacer música para dormir, pero su arte va mucho más allá de los que piensan de esa manera tan poco ortodoxa.
Una señora de mediana edad en la cocina no da abasto. En su lucha por ser madre ejemplar y la mejor ‘ama de casa’ del mundo, su exacerbada actividad le hace perder el norte con un más que notable sentido de histeria. Mientras suena la batidora en la cocina, tiene que atender al teléfono, que suena sin cesar, pero es que a su vez, suena la campana del reloj; son las en punto. No contento con ello, su hijo, al final de los 120 metros cuadrados del piso, no para de aporrear la batería mientras se oye un portazo en el hall; acaba de llegar el marido.
Normal que 'María', la madre, se vuelva loca ante tantos ruidos. No. No se trata de un relato verdadero, ni de una historieta divertida que haya ocurrido jamás. Se trata de una metáfora de la forma de trabajar que tienen los fabulosos Massive Attack a lo largo de su historia.
Elevan su leyenda con este sexto disco de estudio. Como hacen los grandes, aparecen cuando menos se lo espera la gente y, cómo no, con un intervalo temporal entre disco y disco algo más que ligero. Seis años han tenido que esperar sus fans para verles a los mandos de sus sintetizadores y ordenadores, pero lo bueno se hace esperar y, Heligoland, lo es.
Seguramente no estemos ante uno de sus mejores álbumes, pero la capacidad de atracción que tiene la banda les engrandece aún más hasta llevarles a la categoría superlativa del mito del trip hop. Qué difícil es atesorar credibilidad y confianza y que fácil es perderla. Eso les ha pasado a los chicos del barrio de Bristol, que tras los magníficos Blue Lines y Mezzanine, pocos esperaban que luciesen una estrella mejor que las anteriores.
Y no lo han conseguido, pero esa constelación se ha sabido rodear de buenas estrellas para crear un cosmos a la altura de las circunstancias. Y vaya si lo han estado. Trabajar, siempre, con Robert Del Naja (Atlas Air) es siempre plato de buen gusto, pues ha escrito y producido bandas sonoras para varias películas y documentales como Trouble In The Water, 44 Inch Chest, In Prison My Whole Life y Gamorra, ganando con esta última el premio David Di Donatello a la Mejor Canción. Toca, además, en otros dos temas: Splitting The Atom y Rush Minute.
En Paradise Circus, primer single del disco, colabora Hope Sandova, con su auténtica voz dulce en la que convierte en aroma curativa los atrezzos musicales de los británicos con un piano transparente de fondo y una base que labra, a parte de acompañar, a la cantante.
En Play for Rayn, canción con la que se abre este LP, comparte estudio con el cantante y actor americano Tunde Adebimpe, en el que deja notar sus raíces de música negra. Además, Martina Topley-Bird, cantante inglesa conocida como la Dietrich negra del Soul, colabora en dos temas, Babel y Psyche.
Pero las dos caras más conocidas y sorprendentes de Heligoland llegan con el cantante de Elbow, Guy Garvey, quien se acomoda perfectamente a las habilidades de Massive Attack y el cuasi perfecto Damon Albarn (Blur y Gorillaz). El polifacético artista, no contento con las impresionantes colaboraciones que ha tenido en su último trabajo, también ha hecho lo propio y ha dejado su sello con los de Bristol. En Saturday Come Slow ha dejado patente que sus últimas vertientes musicales han parado en África y la ópera China.