La historia de Iryna no es una de esas en las que, al final de trama, la cenicienta termina casándose con su príncipe. Su sinopsis es un tanto más amateur, menos romántica, pero más bohemia.
Qué difícil es moverse, en estos tiempos de crisis económica y piratería, en el terreno cultural y, sobre todo, en el musical. No sólo por el sistema financiero que remueve todo el mundo en general y España, en particular. Los datos estadísticos no reflejan mejoría alguna para los próximos meses, pero la gente que se dedica a la música, no cede en su afán por conseguir esos sueños que no son sólo propósitos oníricos de ciencia ficción.
La historia de Iryna no es una de esas en las que, al final de trama, la cenicienta termina casándose con su príncipe. Su sinopsis es un tanto más amateur, menos romántica, pero más bohemia.
Sus ganas de disfrutar por la música, de dedicarse explícitamente a ello, la alejaron de otro de sus propósitos: ser periodista. Dejó la carrera en segundo curso para luchar definitivamente por ser la protagonista de un guión que ella misma encaminó pero sin saber el desenlace.
Conciertos en salas pequeñas, castings duros por toda España, bolos en diversas bodas, rechazos de discográficas pero con un aval suficiente como para evadir todas esas trabas: el de sus amistades, familiares y, sobre todo, la ilusión.
Si atienden a su historial, no se trata de una sufridora que padecido a los venenos de los más malos de las películas. Eso no es el éxito de Iryna y su séquito musical. El triunfo es conseguir que una discográfica confíe en una chica cuyas influencias musicales son el rockanroll.
El prototipo de chica mala o el de dejarse crear una figura con rendija donde echar millones de euros sobre ella para bañarla en oro nunca fue con ella. Huye de todos los tópicos y modas musicales, porque siempre tuvo devoción por la vieja escuela. Credence, Bob Dylan, Neil Young o ACDC siempre han sido grupos a los que ha versionado en sus inicios y donde hace pequeños homenajes en su disco debut.
En su álbum no existen clichés indies actuales. Tampoco matices electrónicos remasterizados o digitalizados para lograr un sonido más nítido y endulzar su material. Las viejas costumbres de una amante del rock: guitarra, bajo, batería y voz potente, dulce y, en casos, ronca.
El trabajo comienza con el sencillo que da nombre al título del CD, Ya no hay Brujas Malas. Esa es la viva imagen de lo que es realmente la artista. Potente en la ejecución, directa en la interpretación y sonido de acorde a su genio.
Hechizo es su segunda canción, que promulga nostalgia, naturalidad y destreza a la hora de componer con un ingenio fuera de lo común. Se acabaron las lágrimas para escribir sobre el desamor o la lejanía. Ella deja camino a la libertad de pensamiento, para que en la letra se produzca con el receptor una especie de empatía que termine por envolver el espíritu.
Cansada suena a eufemismo, pero la música y su incesante insistencia, terminan por persuadir de verdad. Convincente la indirecta, sí. Iryna se une a esa pequeña lista de portadores del nuevo rockandroll de este país que lucha por desinhibirse de algunos complejos musicales que arrastra desde hace tiempo. Es hora de reinventarse, y con La Lagartija, el pop va bien encaminado. A la Iryna más briosa la encontramos en Tu Espejo, donde aboga por no mirar hacia atrás y sopesar la idea de cambiar el ayer por un mañana mejor.
En Fa Sostenido provoca a sus adversarios con varias reprimendas pero sin achicarse nada. Utiliza su voz como arma de destrucción vital en forma de palabras. Propone un cara a cara con la adversidad y tentar al mal.
Un total de diez canciones que dan sentido al rock actual, a la lucha de clases musicales y una lección a todos aquellas futuras generaciones que se mueven por los recónditos pasajes de la música, donde pocos encuentran la puerta de la gloria, pero muchos prenden su búsqueda. Lo difícil, a veces, crea morbo. Cosas de rockeros…