Cuando todo parece haber acabado, cuando los murmullos apagados de las melodías y las copas y el desdén canalla se alejan corriendo a esconderse en las sombras de los arrabales y esperar tiempos mejores, llegan Le Punk con su Logia de la Canalla y nos abofetean en plena cara con un no, el tango no está muerto. Tráguese la tierra a los infinitos bunburys aprendices de cabaret y al hastío incombustible de los calamaros y cotis que no saben reconocer cuándo el fin se derrama en su copa. El tango no ha muerto, y no sólo eso, sino que resurge cual ave empecinada vistiéndose de vanguardia y exquisitez en el tercer milenio. Nacidos de los rescoldos de Buenas Noches Rose (Alfa: voz, guitarra y mandolina), Pereza (Tuli: saxofones, colores y clarinete), Perros de Paja (Joe Eceiza: guitarras), Bru Culebra (Dani: bajo) y Yoghourt Daze (Datz: batería, aunque haya sido posteriormente reemplazado por Nacho), y con Carlos Ramos a los pianos y sintetizadores, estos dignos sucesores de Malevaje y, por qué no decirlo, del monarca underground Tom Waits, llegan mucho más lejos que el simple hecho de añadir unas guitarras o una batería al sonido imperecedero del tango. Desde el desenfado cabaretero de Chucho y Tan Muerto Como Vivo, donde la predominancia del saxofón arropa una de las mejores letras del disco, hasta el más puro clasicismo de Febrero (esa letra y esas cuerdas), Veneno (con un fantástico clarinete) o las más suaves Engañadora y El Delito del Amor; pasando por los ritmos más pausados de la sensacional La Noria, el blues escondido de Canalla y las menos clásicas Tristeza y Tango (y, sorprendentemente, por la locura frenética de Sol de Enero y Así Me Va, que nos acercan los ritmos rápidos del Underground de Bregovic unidos a la acidez expresiva de las guitarras), todo el disco se revela como una exquisito lujo para nuestros oídos, y sin duda para todos aquellos amantes del tango que pensaban que ya todo estaba perdido.