Y entonces el pope del house minimalista, una de las grandes figuras de la escena electrónica, uno de los cabezas de cartel habituales del Sónar, va y saca un disco de jazz. De jazz orquestal, para más INRI.
Porque (que quede bien claro) Goodbye Swingtime es un disco de jazz. Pero no un disco de jazz usual porque su autor no es, en absoluto, convencional. Un hombre que hace música con ruidos de libros de Chomsky cayendo al suelo no puede serlo.
En el tercer LP de Herbert nos topamos de frente con un músico, con un gran músico, que saca a relucir todo su talento y su gran bagaje musical en un extraño homenaje al jazz de los cuarenta y los sesenta, a las big bands, a la música de Manccini o Schifrin y a la elegancia del estilo musical más importante del siglo XX. Pero, como lo hace sin renunciar a su propia personalidad, el disco acaba moviéndose entre lo clásico y lo experimental, entre las bases electrónicas atonales y las melodías suaves propias del jazz.
Un disco no apto para mentes estrechas y apasionados de operaciones triunfo y demás música programada desde algún departamento de marketing Un disco que fluctúa, llegando a ser sublime y otras veces casi inaccesible. Un disco diferente y de un mérito añadido por el valor que supone el mero hecho de concebirlo y sacarlo al mercado.
¿Raro? Desde luego. ¿Pero quién dijo que un perro verde no puede ser bonito?