El actual ámbito del rock, con sus infinitas variantes tiene estas cosas. Nunca antes había oído hablar del neoyorquino Joe Bonamassa. De repente descubro que hay vida más allá de los clásicos y más conocidos guitarristas de blues-rock. Supongo que en Estados Unidos habrá cientos de casos como este, de excelente músicos que, por circunstancias del destino, su trayectoria no llega a trascender fuera de sus fronteras.
Y resulta que Joe ha sido todo un niño prodigio. Empezó a tocar la guitarra a los 4 años. A los siete ya consiguió un más que aceptable nivel y a los 8 empezó a tocar blues con la madurez de un veterano.
Durante sus años de aprendizaje, influyeron guitarristas como Stevie Ray Vaughn y maestros del blues como Duke Robillard, Danny Gatton, Robben Ford y, por descontado, Eric Clapton.
A los 10 años, empezó a desarrollar sus habilidades en directo en su entorno más cercano. Cuando tenía 12 años se le presentó la oportunidad de abrir una actuación donde intervenía el mismísimo B. B. King, quien tuvo palabras de elogio para, el por aquel entonces, prometedor adolescente.
En los siguientes años, dedicó largas horas a perfeccionar su estilo, se trasladó a California y fue encontrando a los músicos que formarían parte de su primer proyecto. Curiosamente, sus compañeros de banda en aquellos momentos llevaban todos ilustres apellidos, Berry Oakley Jr. (hijo del legendario bajista de los Allman Brothers); Waylon Krieger, hijo de Robby Krieger, guitarrista de The Doors y Erin Davis, hijo de Miles Davis, que se encargaba de la batería.
El grupo se denominó Bloodline y editó un álbum homónimo a través de EMI que contó con la intervención especial del guitarrista de Allman Brothers, Warren Haynes. A pesar del éxito inicial, un grupo de gente de tanto carisma era difícil de retener y al poco tiempo la banda se disolvió.