La vuelta de Rob Halford a Judas Priest era algo de lo que se venía hablando desde hacía mucho tiempo. Algo necesario, tal vez, para volver a darle un impulso a esta veterana banda que aún con el nuevo vocalista no había dejado nunca de ofrecernos buen heavy metal.

Owens era bueno, y cualquiera que estuviera en el concierto que grabaron en el Brixton Academy de Londres para su edición en DVD puede asegurarlo sin ninguna duda. Pero la carretera cansa y conservar el mismo nivel vocal en todos los conciertos parecía antojársele tarea difícil. En Iced Earth parece haber encontrado un puesto mucho más confortable y seguro.

Rob Halford puede haber hecho muchas cosas durante estos años de solitaria andadura (no vamos aquí a posicionarnos a favor ni en contra, aunque sus colaboraciones con Trent Reznor resultaron bastante interesantes), pero la voz del rey del heavy metal es única, y volver a escucharlo junto a su antigua banda cuando vino a Valencia para encabezar el Metal Manía resultó una experiencia que muchos ansiábamos desde hacía tiempo.
Más rock'n'roll, menos guiños al metal pseudoindustrial (en su último disco con Owens ya parecían haberlo dejado un poco de lado), y su particular sonido característico (con un Halford completamente renovado que juega más que nunca con su voz de una y mil diferentes maneras)
es la esencia de su último trabajo Angel of Retribution. Diez canciones que resumen treinta años de trayectoria y en las que podemos encontrarnos con cada una de las distintas facetas que componen Judas Priest. Desde el heavy más rock'n'rollero de Deal with the Devil y la setentera Revolution (acertadísimos los juegos de efectos en las voces de Halford), pasando por los momentos más lentos de Angel (con guitarra acústica incluída), Eulogy (atención al piano) y la emocionante Worth Fighting For; hasta llegar a la más Jugulator del disco (Demonizer), la más Painkiller (Hellrider) o el recuerdo impresionante de la rítmica de Living After Midnight, con la magnífica Wheels of Fire.
El disco empieza con una verdadera declaración de principios, Judas Rising, y acaba con un auténtico himno de más de trece minutos de duración, Lochness, verdadera joya que nos retrae al concepto de canción que imperaba en los años setenta.

Toda una vuelta a las primeras filas de uno de los grupos más venerados del heavy rock de todos los tiempos.