El universo particular por donde se desenvuelve la música de Porn, no tiene parangón. No existe grupo alguno que se les pueda vincular. En todo caso, se debe constatar que sus raíces proceden del lado más oscuro del sonido creado por Black Sabbath en sus orígenes. Es como si Tonny Iommi, acompañado de Geezer Butler, hubieran descendido a los infiernos para hacer un curso intensivo de riffs corrosivos y, de paso, hubieran dejado allí a Ozzy Osbourne, mientras Bill Ward hacía un pacto con el diablo para duplicar su potencia y habilidad para tocar la batería.
Es su primera grabación en tres años tras su EP titulado Experiments In Feedback, un título que conecta directamente con la saturación acústica que impregna este Wine, Women and Song, ya que sus experimentos parecen tener una continuación tras el largo paréntesis que se han tomado estos esquizofrénicos del sonido.
Tim Moss, encargado de las infecciosas guitarras y efectos varios, también pone unas cacofónicas voces que parecen surgir de la mansión más siniestra de Transilvania. Junto a él, Dale Crover (Melvins/Nirvana) se olvida de su etapa grunge para mimetizarse como si fuera el batería de los Sabbath. Solo hace falta escuchar Suculento, el tema inicial, para sumergirse en unos calcados compases similares a Children Of The Grave.
Completa el trío Billy Anderson, legendario productor e ingeniero con un background que asusta (Neurosis, Fantomas, Crisis, Sleep, Cathedral, etc.), quien se hace cargo del bajo, además del piano el órgano y algunas voces.
El álbum consta de seis temas y una duración total de algo más de 52 minutos. Uno de los cortes, está dividido en cinco partes, The Five Books Of Aeneas.
En general, el contenido circula a través de una espesa capa de óxido radiactivo que impregna el aire, saturándolo de paranoicos riffs y desquiciantes ritmos de efectos devastadores, yendo más allá de las fronteras del noise.
La propuesta de Porn, abrupta, absorbente y de compleja identidad, nunca sonará a través de las emisoras de radio. Es un trabajo oscuro y retorcido para escuchar en la intimidad, como culto a la quintaesencia de lo anticomercial. Diabólicamente brutal.