Danko Jones son canadienses, lo que no impide que, cuando vayamos a pedir el disco en las tiendas, no podamos evitar mirar al suelo como azorados por lo que acabamos de decir. Y si el dependiente es un pin-pin poco informado de la cosa musical rockera, éste no podrá evitar mirarnos de forma rara porque pensará que le estamos tomando el pelo. Pero, a parte de las confusiones fonéticas que puede causar su nombre, hay que decir que, aunque caigamos en la más indigna de las redundancias, Danko Jones y los dos tipos que le acompañan son una banda de rock cojonuda.
En estos tiempos rockeros que corren – para unos protagonizados por la postmodernidad y para otros simplemente poco imaginativos – a los Danko Jones los podríamos incluir en esa extensa fila de bandas que recuperan sonidos añejos y los cuelan en la actualidad a base de pericia y ganas. Pero ellos sobresalen de los demás porque la revitalización que llevan a cabo no se limita al sonido que derraman sus canciones – un sonido que va desde el soul más tórrido al desenfado de sus amiguetes los Hellacopters, dominado por los latigazos eléctricos heredados directamente de los ACDC o la pose chulesca de los Stooges. Los Danko Jones revitalizan además la actitud rockera más primitiva, la que nos habla de mujeres malas que se contonean y de noches calurosas en las que uno, efectivamente, acaba sudando sangre y whiskys dobles.
El disco – tercero en su discografía – es un bólido que arranca ya acelerado y que mantiene la misma velocidad durante casi 40 minutos. Los guitarrazos que descerraja Danko Jones de su Telecaster son auténticos puñetazos que secundan perfectamente la chulería y pose que transmite su voz. Y tras él, una sección rítmica atronadora y precisa que le lleva en volandas desde la impactante Forget my name (una nueva manera de entender el amor como el estado de estupidez transitoria que es) hasta la punkosa We sweat blood que cierra el disco. Mientras, genialidades impetuosas y hormonales como Home to hell, Love travel, Wait a minute o la inconmensurable I want you (voy a pisarme los dedos y asegurar que es la mejor canción del año) consiguen que sigamos creyendo en el rock’n’roll como método de supervivencia, aunque ello nos cueste sudar sangre.