En el 32 aniversario de la muerte de Jim Morrison, y a cuatro días de su sexagésimo cumpleaños, The Doors of The 21st Century (los tribunales sentenciaron que no podían volver a usar su antiguo nombre The Doors para actuar) se presentaron en la plaza de toros de Benidorm ante 7000 enloquecidos asistentes, en lo que sería el concierto de apertura de su gira europea y única actuación en España.
El cielo pareció calmarse durante unas horas para no empañar el soberbio homenaje al carismático cantante fallecido y para casi todos líder de la antigua formación.
Tras proyectar su imagen en el fondo del escenario, y bajo los solemnes acordes del O Fortuna de Carl Orff, salió al escenario la banda, compuesta por sus antiguos integrantes Ray Manzarek (teclados), Robby Krieger (guitarra) y John Desmond (batería) -aunque este último no apareciera en los carteles de la gira- junto al ex-cantante de The Cult, Ian Astbury, a las voces.
Difícil papel parecía haberle tocado a este último, que salió al escenario portando un look muy similar al del antiguo cantante, con melena corta, tres cuartos negro y camisa blanca. Pero toda duda pareció disolverse cuando arremetieron con Roadhouse Blues y Break On Through, y pudimos deleitarnos con los registros bajos y desgarrados de la voz de Astbury, que sonaban estremecedoramente parecidos a los del Jim Morrison de otro tiempo.
Habían pasado más de treinta años, pero las canas de Manzarek y Krieger no les impidieron demostrar sus magníficas habilidades a los instrumentos. Sobre un fondo donde se proyectaban psicodélicas imágenes calidoscópicas entremezcladas con las figuras de los componentes de la banda, además de imágenes de marcado carácter antimilitarista, el teclista y guitarrista se enzarzaron en interminables duelos melódicos (Love Me Two Times estuvo sublime) que embargaron a un público que tan sólo podía asistir, seducido, a un espectáculo que llevaban esperando durante muchos años.
Ian Astbury provocó reacciones muy diversas. Desde los que aplaudían su inspirada actuación (no paró de gesticular y moverse durante todo el concierto, acompañando las sentidas letras con todo tipo de ademanes, como si el espíritu de Jim Morrison lo hubiera poseído) hasta los que no podían llegar a entender unos Doors sin el antiguo cantante y calificaban el acto de blasfemia.
Pero la música siguió fluyendo y llegó Riders On The Storm y L.A.Woman y ya nada se les podía tirar en cara a estos músicos que demostraban que tan sólo querían tocar y disfrutar de unas canciones a las que habían dado vida y que formaban parte ya de la memoria histórica de la música.
Y todo eso quedó patente con el final que supuso Light My Fire, donde la catarsis banda-público (esta vez con John Desmond compitiendo también con sus colegas) asumió cotas de verdadera comunión colectiva, dejando a Astbury el papel de mesías desbocado ante una multitud enfervorizada que pedía más y más.
Una buena celebración de la grandeza de la música y una oportunidad para ver en acción a verdaderos mitos vivos de la historia de la música rock. Que no se consuma la llama.