Era el primer concierto de Bruce Springsteen en la ciudad de Valencia y eso se notaba en el ambiente. El músico de Nueva Jersey tenía ganas de dejar huella y los 30.000 espectadores (tres cuartos de entrada) recogieron el guante y se entregaron sin resistencia. Tal y como anunciaba el cantante al inicio del espectáculo tras saludar con un autóctono “Bona nit!”, era la hora de divertirse.

Arropado en el escenario por su Seeger Sessions Band, formada por dieciséis músicos, Springsteen fue desmenuzando durante dos horas y media la tradición musical norteamericana con sonidos del folk, el country, el gospel y el rock’n’roll primigenio. Incluso en algunos momentos, gracias a una impresionante sección de vientos y metales (saxo, trompeta, trombón y tuba), el escenario fue invadido por una de las peñas del Mardi Gras de Nueva Orleáns con el acompañamiento del banjo (Greg Liszt mostró su innovadora técnica de punteo), una precisa “pedal steel” en manos de Marty Rifkin y un coro de tres voces.

Bruce, que no se separó del mástil de su guitarra acústica y sopló su harmónica en contadas ocasiones, sabe desde hace tiempo como controlar los tiempos del concierto. La energía inicial de “John Henry” u “Old Dan Tucker” quedó compensada con una remozada “Johnny 99” y el espiritual “Eyes on the Prize”. Tras un viaje al Oeste con “Jesse James” (una especie de Robin Hood de finales del siglo XIX), la banda desató las emociones con “O Mary Don’t You Weep”. Fue el momento escogido para la nostalgia, con la recuperación de “Growin’ Up” y “The River”. El swing de “My Oklahoma Home” sirvió para cerrar una primera hora de ensueño.

Como era de esperar, hubo dedicatorias especiales. La ciudad de Nueva Orleáns tuvo su merecido homenaje con “How Can a Poor Man Stand Such Times and Live?” y Patti Scialfa, esposa del cantante, apareció en sueños llevando a sus hijos al instituto cuando sonaba “Long Time Comin’”. Tras las inyecciones de adrenalina gracias a “Open All Night” y “Pay Me My Money Down”, los bises dieron paso a la experimentación: estrenó el reggae “Love of the Common People” y un clásico como “When the Saint Go Marching In” se convirtió en una nana a tres voces.

Pero antes de irse a dormir, el repertorio, con 23 canciones, reservaba al público dos sorpresas. Gracias a “This Little Light of Mine”, nunca un estadio de fútbol se había pareció tanto a una iglesia. “American Land” y sus reminiscencias celtas clausuraron la ceremonia. Springsteen no se atrevió a entonar el himno reivindicativo “We Shall Overcome”. Quizá las fragancias de Carolina Herrera y Hugo Boss que emanaban de las gradas le hicieron pensar que no era el sitio más adecuado.