¿Cómo sienta presentar un disco con nombre propio tras 20 años haciéndolo en grupo?
La verdad es que ha sido un poco como lanzarse en paracaídas. Es una experiencia que probé una vez, en Brasil, y este disco se asemeja a esa sensación, a ir en caída libre. Pero, lo bueno que tiene ir en solitario es que puedes aterrizar donde quieras, en cualquier punto, y como tú desees. Antes tenías que ir a buscar un punto determinado porque éramos tres. Ahora puedo aterrizar en la playa, más adelante o más atrás, pero esa es la libertad que tengo ahora.
Hacer un álbum en solitario también supone cambiar todas las rutinas de composición, grabación y demás... ¿Cómo te has planteado todo el trabajo?
El primer año tras la separación de Ketama fue bastante negativo y llegué a un punto bastante bajo. Tenía que acostumbrarme a una nueva situación tras veinte años con mi gente, con mi familia. Me faltaba todo. También es verdad que, en lo musical, era difícil que el grupo se pusiera de acuerdo. No fue una ruptura dramática, sino que se produjo porque queríamos hacer en solitario todo aquello que teníamos en el tintero desde hacía mucho tiempo. Yo pensaba que ya era el momento de realizarlo, porque dentro de nada se pone uno ya en los cincuenta y ahí estábamos... Tengo un estudio en casa, en el sótano, por donde han pasado muchos de los artistas que han participado en el disco, como por ejemplo el violinista iraquí Anwar Abudrah. Él colabora en el último tema del álbum, que son unos tangos muy bonitos que los terminé en Los Ángeles a partir de lo que veía viajando por la autopista. Antes de hacer ese viaje, me invitaron a una fiesta homenaje a un bailarín de danza del vientre. Allí estaba este músico, tocando el violín, pero que, en realidad, era una especie de coco con un palo como de escoba. Yo intenté tocarlo y no había Dios que le sacara un sonido. Nos hicimos muy amigos y dejamos plasmado en el disco un sentimiento muy especial que surgió del enlace que hay entre la música de Irak y el flamenco. Sólo nos entendimos por señas, con la complicidad de la mirada y los instrumentos musicales. Yo lo pasé muy bien, pero en el álbum se nota como lloran los instrumentos y quedan plasmadas las fatigas que se pasan en aquel país. Por lo menos, hay que sacar la parte positiva de la situación que se vive en Irak que, en este caso, son los artistas y músicos que están ahí aguantando como buenamente pueden.
“Vengo venenoso” es el título del disco. ¿Un aviso sobre su contenido o un homenaje a Kiko, Raimundo Amador y a su generación?
El título tiene varias lecturas. Por ejemplo, habla de una pareja que tiene un amor envenenado. Pero, muchas veces, ese veneno es lo que hace que la relación sea estable y continúe. Yo conozco una pila de parejas venenosas. De hecho, cuando escribo soy muy bolerista porque desde chico he estado en Argentina, Méjico, Puerto Rico... me encantan grupos e intérpretes como la Fania All-Stars, Rubén Blades, Óscar de León, etc. Siempre digo que cuando era niño me dieron una pedrá con la música latina. Luego, lo que hago es filtrarlo todo como puedo e intento sacar lo mejor de cada canción.
Tú mismo afirmas que no es un disco de flamenco. Imagínate que hubieras tenido que escribir la hoja de promoción del álbum, ¿qué palabras usarías para definir tu trabajo?
“Vengo venenoso” es una biografía de Antonio Carmona. Al estar antes con Juan y Josemi no terminábamos de romper ni en lo musical ni en lo personal. Ahora hablo de cosas muy importantes y personales: la separación de mis padres, hago una canción a mi hija Lucía Fernanda, que tiene diez años, le gusta el hip hop y no hace otra cosa más que escribir letras de rap... es otra generación. Es un disco formado por las joyas que tiene uno dentro. Con Ketama eso no lo podía hacer porque había que tapar tres huecos. También sirve mucho de terapia y es un termómetro del estado de ánimo de cada uno. Como te decía antes, durante el primer año sin Ketama yo estaba muy decaído. Además, mi mujer se puso a hacer una obra y eso es lo que más estresa. Una separación y una obra... yo tuve las dos cosas. Díos mío, qué más me vas a mandar, decía. En aquel tiempo yo era como Job. ¡Cuánto sufrimiento! A lo último, remontamos la situación y salió esa primera canción que dice: una, dos y tres, volver a empezar, la vida va pasando y todo sigue igual, yo sigo aquí tranquilo cantando al compás. Esa es la filosofía de todo el trabajo.