7 años desde su última aparición oficial. Por medio una íntima actuación en el escenario de ensueño de las fuentes de Montjuic, donde el deleite y entrega de los allí presentes creó una complicidad a la que el grupo iba a remunerar. Y cambiando tonos de acústico por notas rompedoras, la exhibición quedó nuevamente servida.
Cuando pasadas las 21,30 de la noche, ya sin luz que se filtrara por los ventanales superiores, la música de espera enmudeció, las 18.000 ruidosas almas congregadas sirvieron el preludio marcando el camino de salida.
"BON JOVI", repetían rítmicamente una y otra vez. La consciencia del momento llegado, después de más de 2 horas esperando, sin teloneros y acoplados en un puzzle humano de carne y sudor, llamaba a un estado de catarsis colectiva. En las primeras filas se aglutinaba el mayor nucleo de seguidores dispuestos a invertir kilómetros dinero y salud en el seguimiento. Las más variadas nacionalidades incluían en sus filas a aquellos que han tenido la fortuna de poder entregar su vida al sueño de acompañarles eternamente en gira. Como cada una de las veces, se les podía ver desencajados, como si fuera la primera, como si nunca antes hubieran visto la verdadera cara de quienes han puesto banda sonora a sus vidas, acompañando cada feliz, apasionado, desencontrado o miserable momento de sus días.
Y cuando pudo perfilarse la sombra de Richie Sambora, ese genio tapado, ese alma incombustible responsable de que una banda con nombre de hombre no sucumbiera a la obligada lucha de egos a la que generosa y caballerosamente decidió ceder, simplemente todo había comenzado.
La explosión de Bounce, un single guerrero todavía no publicado como tal, con una guitarra afilada que sirvió a la entrada de un Jon Bon Jovi iluminado por el aura de los focos que le presentaban, era la mayor constancia del puro delirio. Nadie recordaba entonces la larga espera, ni los 7 años sin espectáculo, ni los 20 que llevan ya a sus espaldas llenando estadios y cerrando una y otra noche actuaciones memorables. Nadie recordaba al olvido al que le habían pretendido someter los irrelevantes, aquellos que decidieron que Bon Jovi era del pasado porque las emisoras se habían rendido a sacar jugo a los mediocres, aquellos que podían fabricar y explotar con total rentabilidad y sin sonrojo. Pero nunca nadie pudo tumbarles, nunca consiguieron arañarles un poco de su espíritu, y de ahí que el mayor orgullo para el cantante de Nueva Jersey siga siendo la calificación de superviviente. No se corta a la hora de maldecir a nadie, a aquellas emisoras que desde hace demasiado tiempo decidieron buscar rentabilidad en otras modas y que están exclusivamente involucradas en otros intereses. Y lo hace porque como él mismo afirma, 'sin ellos, los hay que nunca nos abandonan'.
¿Cómo lo hacen? ¿qué es lo que invita a seguir con esta historia? Una circunstancia anómala, una unión de carácteres y cualidades. Que un grupo formado para coger a grandes figuras virtuosas alrededor de un nombre y líder poco dado a concesiones se mantenga, es un difícil ejercicio de equilibrio. Un equilibrio alimentado en acumulación de noches como esta. La mejor excusa para seguir haciéndolo.
Y el tiempo pasado y la experiencia en esta cuestión, se pudo apreciar en esta gira, y concretamente en Barcelona. La sincronía entre cantante y guitarra, la forma de interactuar y de relacionarse sobre el escenario revelaba una amistad profunda, un gozo comprendido en que las asperezas pasadas parecían no haber tenido lugar. De ahí que Sambora volviera a interpretar un tema en solitario. De ahí que su voz, la que dejó estupefacto a Don Was -habitual productor de los Rolling- y que le llevó a producir un disco que iba a descartar ("¿de verdad esto es tuyo?") moviese los cimientos de un tema legendario como es la megabalada "I'll Be There For You", que probablemente descubrió a los menos versados quién es ese hombre entrañable al que el mundo del corazón conoce por ser el marido de la chica de Melrose Place.
Fue esta una de las pocas concesiones a la balada, las explosiones clásicas y modernas se iban alternando sin descansos durante más de dos horas y media, incluyendo algunas versiones entre medio de sus himnos ineludibles, como son It's My Life, el reciente Everyday o, por supuesto, el turno de Livin'on a Prayer, que viene acompañado siempre de You Give Love a Bad Name, y en ocasiones -como esta- del desenfreno de Wild In The Streets. E incluso un momento de tristeza histórica para el día en que el mundo se volvió loco destrozando su lejana ciudad, un Undivided en que o mucho ha mejorado su registro de actuación, o la emoción personal seguía latiendo, marcada y encerrada en 4 minutos de la esperanza propia de un demócrata que siempre se opuso a cualquier guerra.
Todo lo demás, son cosas que quedan inescindibles a una sesión de rock de calidad elevado a su máximo exponente. Algo que sólo puede explicarse estando cerca. Siendo parte del ritmo. Entendiéndolo.