Si las reuniones del G-8, donde los gobernantes de los países más industrializados del mundo deciden por millones de ciudadanos, destacan por la seriedad y sobriedad de sus participantes, el G-5 es, por el contrario, un jolgorio continuo. No se podía esperar otra cosa de la unión temporal de esfuerzos de cinco feriantes como Tomasito, Jairo Muchachito (Bombo Infierno), Kiko Veneno y Marcos del Ojo “Canijo” y Diego Pozo “Ratón” (de Los Delinqüentes). Se definen como una banda fantasma, aunque todos ellos hayan desarrollado proyectos más que interesantes, entre los que “Tucaratupapi” destaca por su frescura y alegría, con un inconfundible acento andaluz.
Se trata de una obra colectiva, donde sus autores se reparten el protagonismo al micrófono sin egoísmos. Sin embargo, cada uno de los artistas ha ido dejando gotas de su bien hacer. Kiko, onírico en sus letras (“La fiebre”, ese “Quitao” siguiendo la senda de Pata Negra), también reparte toques con sus guitarras, acústica y eléctrica. El duende de la cuerdas flamencas recae en las garrapatas delincuentes, que atacan con su rumba para animar la verbena (“El vino y el pescao”, “G-5”).
Por su parte, Tomasito hace gala de su quejío, entre la rapsodia (“Pitágoras”) y el blues negro, y de su capacidad para convertir sus pies en un instrumento musical más (“Perdío”), pero siempre al ritmo de las palmas. Por último, Muchachito aplica su fórmula secreta, el particular Singuerlín Style, y retuerce la rumba a ritmo de swing (“El cheque”). Además, su banjo se convierte en un contrapunto muy especial entre tanta pasión de guitarras (“La oreja baila sola”).
Tampoco han escatimado esfuerzos a la hora de invitar a sus amigos para dar un toque especial a sus composiciones. Ángel Figueroa hace resonar un arpa de boca (“40 forajidos”) y Jimmy Glez se deja las manos en el cajón (“Día de promoción”), mientras Pepe Begines (No me pises que llevo chanclas) y José Caraoscura dan el cante (“Ay omá”). De momento, estos fantasmas dicen que no morarán en los escenarios. Ya veremos si son capaces de resistirse a las ganas de fiesta. Las suyas y las del respetable.