Se les ha comparado con Korn, incluso con bandas del llamado nu-metal, pero nunca se les ha podido etiquetar dentro de ninguna especie porque lo que ha hecho esta banda cordobesa desde su primer L.P. de debut Ídolos de papel no se asemeja a nada realizado con anterioridad en la escena musical estatal.
Se dieron a conocer a las masas con su segundo disco Víctimas de un mismo sol, donde una cuidada producción acentuaba la potencia de su música -uno de los aspectos de los que cojeaba su debut, y que nada tenía que ver con su directo-; y ahora, con su último disco Ciencia desbancan toda expectativa que pudiéramos albergar sobre el futuro de su música.
Musicalmente nos ofrecen un dulce amalgama de dureza en las guitarras, fusión melódica sin resquicios a cargo de los teclados, una base rítmica impresionante y todo tipo de juegos estilísticos -música clásica, hip-hop, electrónica- que aderezan la magnífica voz de M.Ángel Mart, increíble frontman y responsable también de la producción del disco.
Adentrándose letrísticamente aún más en esa búsqueda interior que siempre los ha caracterizado -salvando contadas excepciones- cada canción nos abre un mundo nuevo de esperanza, verdad, un camino hacia el crecimiento, una visión humana pero consciente de la vida y el futuro.
Así lo rezan Hazme creer -búsqueda de una fe personal-, Servidor, La magia del saber -la lucha menos violenta-, Hasta el límite -la canción más salvaje que han compuesto nunca-, Volverás (la pérdida, la duda, la esperanza), Ciudad del mal -la lucha-... y esa balada que en cada disco dedican a uno de sus amores; primero fue la Madre Tierra, después la Madre más humana, y esta vez le toca el turno a la música, ese Mar de Inspiración que acuna entre sus notas a estos verdaderos genios que son Estirpe.