Los estadounidenes Chimaira no han podido escoger un mejor título para su cuarto álbum después de que su futuro se viese hipotecado por varias circunstancias que hicieron peligrar su carrera.

Finalmente, un cambio de discográfica y la vuelta del batería Andols Herrick para conformar la alineación más clásica, además de contar con Jason Suecof y Andy Sneap en las labores de producción y mezclas, han permitido confeccionar con precisión un trabajo compacto y demoledor.

Así pues, Resurrection, nos muestra a un grupo en plena forma, alcanzando la madurez creativa, con una grabación de arrolladores y metálicos riffs, voces de virulencia salvaje, ritmos galopantes y solos afilados y chirriantes.

Es un trabajo sin fisuras, compuesto con mucha garra, aunque sin olvidar las necesarias cuotas de armonía para decantar, definitivamente, su sonido dentro del metal más duro, pero dejando de lado los vértices excesivamente extremos.

Es una inyección intravenosa de metal anfetamínico, limpio de impurezas pero, al fin y al cabo, con su porcentaje de corrosión, además de estar dotado de un caparazón metálico musculoso y de sonoridad rocosa.

Al contar con un sexto elemento, Chris Spicuzza, quien se encarga de teclados y samplers, el sonido del álbum está adornado con ciertos retoques de influencias industriales, casi imperceptibles, pero que contribuyen a fortalecer su propuesta.

En definitiva, un torbellino de metal incandescente, rabiosamente actual; una engrasada máquina productora de decibelios perfectamente equilibrados, aunque hirientes, mordaces y abrumadores.

Metal de carácter monolítico, dotado de riffs y ritmos machacones, pero con sus gramos de armonía.