A estas alturas de la película, Rosendo Mercado sabe que tiene muy difícil sorprender al personal. Según dice, sólo puede optar a que sus seguidores le guarden fidelidad. Con más de treinta y cinco años de dedicación al rockanrol (en español), su voz y su guitarra se pueden escuchar en más de veinte referencias discográficas (con Leño, como Rosendo y en algunas, pocas, colaboraciones).

Desde hace más de una década, el músico de Carabanchel tiene tres fieles escuderos: Rafa J. Vegas (bajo), Mariano Montero (batería) y Eugenio Muñoz (productor). Comprobada la eficacia de esta fórmula, en disco y en directo, nadie cuestiona la continuidad del quinteto.

El título del álbum, más cercano a la literatura que a la música moderna, tiene su correspondencia en la presentación del disco. Un estuche de tapas duras que imita a los libros de otra época, con incrustaciones, y adornado con la recreación de dos máscaras romanas. En su interior, un libreto que recoge todas las letras de las canciones y diversas fotografías. Pocas personas que aprecien la música optarán por comprar el álbum en el top manta o decidirán descargárselo de Internet después de ver semejante envoltorio.

Musicalmente, el álbum no escapa de los medios tiempos construidos a golpe de riff (“Quién mece la hamaca”, “La verdad vencida”). Incluye, de nuevo, la cadencia del reggae (“Triste cagalera”, “Una duda razonable”). El guitarrista sólo se concede dos momentos para la libertad creativa: el rock arrastrado, cercano al blues, de “A dónde va el finado” y la colaboración rapera de sus conciudadanos El Langui y El Gitano Antón, miembros de La Excepción (“Horizontes”).

Sin embargo, el mérito del disco está en sus letras. Desde hace años, Rosendo hace uso de un léxico diferente, basado en la riqueza del castellano, para mantener un discurso crítico con el poder político y económico. Son una muestra estrofas como “Harto de nudos y asideras, harto de hilar para sentirme inteligente, harto de ser lo que se espera” (“Harto”) o “Que no cunda el pánico que no somos estúpidos, ni vandálicos, ni hacemos nada impúdico” (“Date por disimulao”).

Sólo queda confiar en que Rosendo, junto a la pléyade de rockanroleros que le siguen por el camino, continúe utilizando sus canciones para mantener las mentes despiertas. Es un requisito democrático, aunque el Ministerio de Cultura y el Rey de España le vuelvan a conceder la Medalla al Mérito de las Bellas Artes.