Las multinacionales discográficas tienen que ajustar mucho su criterio a la hora de incorporar a su escudería a grupos de metal, estilo cuya relación y continuidad grupo/empresa está condicionado por las ventas, la mayoría de las ocasiones.
Sony/BMG, parece haber encontrado un buen filón del que sacar relucientes diamantes, en un universo tan poblado que a veces es casi imposible valorar todo lo que se pone a tiro y se pierde la ocasión de conseguir algo importante.
Con los galeses Bullet For My Valentine, los ejecutivos han estado finos y se han agenciado todo un valor en alza, como lo demuestra el que su debut del 2005, The Poison, haya traspasado las fronteras del millón de ventas. Algo solo al alcance de unos pocos privilegiados en estos tiempos donde la piratería hace estragos.
La fórmula no es nueva, pero sí está confeccionada con una calidad extrema, cuidando los detalles hasta un nivel de excelencia. Tanto, que Scream Aim Fire, rebosa técnica y habilidad hasta cotas exultantes. Aquí debemos hacer un inciso inevitable para mencionar la presencia detrás de los controles del legendario Colin Richardson, toda una garantía de profesionalidad y buen hacer.
Nada queda fuera de control, estamos frente a un trabajo que revitaliza la escena metálica y combina con eficacia los elementos agresivos y los melódicos, para facturar un álbum compacto de afiladas guitarras, ritmos vitalistas, riffs desequilibrantes y voces que circulan entre la ira y la armonía complementándose de maravilla.
Para entendernos de forma clara, han apostado por la crudeza y el desenfreno, como lo demuestran con el abrasador inicio formado por Scream Aim Fire y Eye Of The Storm, diseñadas en base a influencias thrash hiperaceleradas, con un Matt Duck pletórico de garganta y una batería de pegada concisa y musculosa, pero manteniendo un enfoque en ocasiones suntuoso, delineando formas accesibles.
Después de inundar las neuronas de metal candente, se desmarcan con un tercer corte más melódico, con determinadas partes de guitarra que pueden recordar a los Van Halen de Panamá. Acto seguido, nos escupen nuevas andanadas de ferocidad convulsiva… Waking The Demon, Disappear, Deliver Us From Evil..., igual de rabiosas pero dejando espacio para encajar suficientes dosis de fantasía cautivadora.
No se olvidan de la cuota de baladas, con la presencia de Say Goodnight, un corte melodramático que, ya terminando, marca un abrupto crescendo cargado de electricidad, y la despedida con Forever And Always, toda una concesión al heavy comercial, con un final de batería que huele a Kiss.
Un álbum intenso y competitivo cuya absorbente atmósfera está confeccionada de una forma tan subliminal que hace imposible no caer bajo su influjo embriagador.