Aquí tenemos el esperado trabajo del canalla empedernido, más sobrio, más recatado... o eso dicen.
Después de haber estado a un paso de la tumba, un disco como este se agradece. El Sabina que conocíamos parece estar asentándose en una madurez -otros dirían vejez- en la que apuesta más por los medios tiempos donde mejor puede reivindicar esa voz rota y personal que no escatima ni un pelo de emoción al reivindicar unas letras un poco menos cínicas que de costumbre -aún queda algo de sitio para eso-, mientras los ritmos más rápidos siguen manteniendo la chispa de otros tiempos, pero no tan intensa como aquellos Pacto entre caballeros, El blues de lo que pasa en mi escalera, Las seis de la mañana, o incluso la fenomenal pero olvidada El caso de la rubia platino... tan sólo tenemos que escuchar Vamos pa'l sur o 69 punto G para darnos cuenta de ello.
Era muy difícil hacer un disco después de 19 Días y 500 Noches y no caer en la decepción en algún instante. Dímelo en la calle a primera vista no llega al sublime nivel de su anterior trabajo, aunque aún le faltan muchas escuchas para ver si se hincha como el monstruo con el que lo comparamos. Y eso que La canción más hermosa del mundo da fe de su título, Peces de ciudad consigue superar a la voz de Ana Belén convirtiéndose en obra maestra, y No permita la virgen es una magnífica abertura que podría superar muchas cosas que haya hecho anteriormente. No faltan tampoco los ritmos sudaméricanos en forma de tango y lentas rancheras, las excentricidades curiosas -y graciosas- como Ya eyaculé y la bonus track de la banda sonora de Torrente 2. A Sabina le gusta entrar poco a poco, ir vertiendo su áspero idilio de forma incomprensible (¿por qué sacar la 69.G como single, una canción condenada al olvido...?).
Concedámosle un poco de margen. O podría obligarnos a decírselo en la calle, donde ya tiene ganada de antemano la pelea.