El primer álbum del francés Benjamin Biolay se inscribe dentro de la más pura tradición de la chanson francesa, aunque actualizada por ciertos toques de fusión pop o jazz (si bien la chanson se vio influida desde sus inicios por este). Sofisticación y romanticismo, pues, son los dos adjetivos que mejor definirían a este disco que, si bien no es brillante, si nos descubre una voz a tener en cuenta.
Biolay imprime, con su voz peculiar, masculina y sensual, que recuerda a los mejores años de la chanson, el tono de todo el LP, en el que, lejos de destacar algún corte sobre los demás, prima una continuidad que se agradece. Nada de singles, sino coherencia dentro de un conjunto de trece canciones que envuelven a quien las escucha en una atmósfera de melancolía y romanticismo bien mantenida lejos de la cursilería. Les roses et les promeses, segunda canción del disco, es quizá el mejor ejemplo de ello y, también quizá, la mejor del LP.
Tomando la tradición francesa como punto de partida, Biolay la revisa, actualizándola, y la convierte en algo contemporáneo, cosa que, en mi opinión, se agradece, tanto como esfuerzo para rescatar y volver a sacar a la luz un tipo de música elegante y con buen gusto, como por lo que tiene de homenaje a la misma.
Un disco, en definitiva, que disfrutarán aquellos a quienes les guste imaginarse mirando el Sena desde el Pont Neuf bajo el spleen de París. O sea, para románticos incurables