Sumidos en la ingente producción de remakes, secuelas, adaptaciones literarias y demás refritos cinematográficos a la que nos tiene acostumbrados el panorama actual, nos llega un soplo de aire fresco, una innovadora película que nos devuelve la fe en la capacidad creadora de los cineastas contemporáneos.
“El hombre del tren” cuenta una historia sencilla, basada más en los propios personajes que en sus acciones, sin ser por ello menos atractiva. Estos personajes son Manesquier, profesor de lengua jubilado, y Milan, un solitario ladrón con aire de desencanto. No podrían ser más diferentes, pero entre ambos se crea un estrecho vínculo por un simple motivo: cada uno querría haber llevado la vida del otro. En tres días Milan tiene que atracar el banco local. Es ese el mismo plazo que tiene el profesor para enfrentarse a una peligrosa operación. En esos tres días irán poco a poco conociéndose, aprendiendo el uno del otro, creyendo ilusoriamente que otra vida habría sido posible.
Es su guión la mejor baza de esta película, que no deposita en caras conocidas o en efectos de última generación, el peso de una historia que se mantiene por si sola, y que no por pretenciosa deja de ser efectiva.
Y es que la historia del profesor que soñaba ser aventurero, del bandido que hubiera preferido una vida más casera, no puede resultarnos más cercana. Porque, ¿quién no ha soñado alguna vez vivir otra vida? Aquellos que queremos hacer nuestros sueños realidad encontramos en el cine una vía de escape; y aquellos que estén cansados de vivir siempre las mismas “otras vidas”, encontraran en “El hombre del tren” una diferente y refrescante como pocas.