De cómo fulanito y menganito atracaron un banco. Ese podría ser el nombre con el cual definir a todas aquellas películas en que una pandilla de habilidosos rufianes se hacen con un gran botín después de una historia de problemas "técnicos" y personales. La variedad de formas de resolución posterior, también es del todo predecible. Unas veces ganan, otras no, pero ambas posibilidades han sido sobradamente explotadas.
Suele eso sí, caer alguien por medio. No todo sale perfecto, y suele haber algo que se sale de toda la gran planificación. Son los elementos indispensables para crear tensión, para generar algo de interés en un más difícil todavía. Porque después de tantísimas recurrencias, a base de insertar pequeñas traiciones, prescindibles historias de amor y otras cuestiones colaterales, hay que incorporar algo más. Por ello, más cantidad. Hagamos varias piruetas y explotemos unas cuantas cosas. Pero contra la tendencia del efectismo, lo que David Mamet aporta -fiel a su filosofía- es un buen guión. La historia va donde todas, pero buscando a su manera su propio camino, centrándose en especial en la parte de atrás del robo: la planificación y el reparto.
Hablamos de tan diestros personajes que conseguir el objetivo es casi cuestión menor. Lo que se cuece en la trastienda, todo lo concerniente a un grupo de delincuentes con consiguientes deslealtades, es lo que aquí destaca y gracias a lo acertado de los diálogos.
En un tono clásico, la vieja gloria de grandes facultades que interpreta Gene Hackman, debe liderar el golpe "refinitivo" en el objetivo marcado por Devito. Pero ahí las cosas están algo torcidas, y so pretexto de generar desconcierto basado en la desconfianza, giro tras giro el final se convierte en un tío vivo en que cada cinco minutos se apunta en una dirección. Al final, francamente, nos dará del todo igual. Lo importante es un tratamiento previo correcto, abandonado a una búsqueda no demasiado lúcida del desenlace impactante.