Padres bien situados, desprotegidos frente al secuestro de un hijo. Rodeados de todo lo que un mundo de orden les ha dado, un cambio repentino rompe su tranquilidad para presentarles una cara dura del mundo que rompe con la happy life de los primeros minutos de metraje. Le pasó a Mel Gibson en su particular -y cómo no, heroico- Rescate, quiso participar de esa suerte de estado humano-vengativo Michael Douglas con "Ni una palabra", y ahora vuelve a usarse la fórmula sin demasiada innovación, con mero cambio de protagonistas.
Tenemos por un lado a un calculador confiado, a un gordo rarete y a una indefinida mujer de aspecto grotesco que no es ni más ni menos que la viuda (negra) del añorado Kurt Cobain. Por el otro, un matrimonio perfecto con el cual se vincularán por medio de su hija. Esta, no es que tenga asma, es que es el asma en sí mismo. Si la miras, ataque, si suena la musiquita de tensión, ataque, que se está acabando la cinta y no hay suficiente tensión, ataque. Una vida dedicada a los problemas respiratorios de lo más prometedor.
Pero con todo, este no es el mayor problema de la pequeña. Entre decisiones de rebeldía materna, de furia en nombre del amor desbocado y como desahogo ante lo desvalido de su situación (no se vale llamar a los polis), habrán excesivos momentos de desprecio irresponsable a la niña mientras los padres buscan su propia forma de hacer las cosas.
Con momentos de innecesario efectismo -ahora cojo un avión y surco los cielos, ahora destrozo media autopista-, la tensión aparece de forma esporádica, manteniendo el justo nivel para no despreciarla totalmente, sin llegar a darle la credibilidad necesaria para un medido padecimiento. Por lo demás, la estructura de las escenas de acción reincide en la más tramposa de las alteraciones temporales -un plano imposible salvarse, otro lejos del cacharrazo-, recurso funcional algo simplón, apropiado para una película de género llamada a pocas glorias fuera del olvidable visionado.