The End. Ya está. Ya terminó. Ya no habrá más misterios. Ni más casos relacionados con “El patrón”. Ni otros universos. Ni más cortexiphan. Ni más observadores. El pasado 18 de enero terminaba una de las series de ciencia ficción más míticas de la televisión, heredera directa de Expediente-X, The Twilight Zone o Perdidos y ahora, los espectadores, nos quedamos un poco más “huérfanos”, como siempre que termina una serie con la que hemos compartido tantas horas.



Todo comenzó el 9 de septiembre de 2008, con J. J. Abrams, Alex Kurtzman y Roberto Orci al frente de esta producción que se estrenó en La Fox. Poco a poco conocimos a la “División Fringe” con Olivia Dunham (Anna Torv), Peter Bishop (Joshua Jackson) y Walter Bishop (John Noble), como protagonistas principales. Ellos ayudaban al FBI a resolver los casos más extraños.

La mitología interna del producto fue evolucionando y las piezas cada vez eran más complicadas, pero el rompecabezas existente (con los dos universos, los personajes “alternativos” que aportaron diversidad y diversión, los observadores, las líneas de tiempo…) se ha completado con éxito.

Han sido cinco temporadas repletas de momentos geniales, así como de capítulos más tibios, aunque todos ellos entretenidos, en los que nos hemos encariñado de los personajes hasta el punto de ahora, tan sólo dos días después de su final, ya los estamos echando de menos.

¿Qué debe tener un final de una serie para poder considerarlo como bueno? Pues debe ser fiel a la esencia de la serie, debe intentar atar todos los cabos que estén sueltos y debe, por encima de todo, dedicar momentos de interés para todos los personajes. El doble capítulo de Fringe de esta semana, que funciona como un díptico de excepción, lo consigue.

Hay muchos guiños a la propia serie (sobre todo a los primeros casos a los que se enfrentaron, utilizados ahora de una manera muy original). Momentos emotivos a raudales (entre todos los personajes, como el compartido por Astrid y Walter, uno de los mejores del capítulo 5x13, el último). Muchas vueltas en la trama (obligadas y necesarias) y un desenlace más que digno (que no parece apresurado, como sí ocurrió en Alias, o rebuscado, como lo fue el de Perdidos). Hay detalles que, si se piensan demasiado, pueden empañar el resultado, pero como en todos los productos en los que el tiempo y el espacio se “trastocan” intentar explicar las paradojas lo único que consigue es hacer disminuir la diversión.

Echaremos de menos sus múltiples secuencias de apertura, a William Bell (encarnado por un majestuoso Leonard Nimoy), a Astrid (Jasika Nicole), al agente Broyles (Lance Reddick), a Lincoln Lee (Seth Gabel), a Septiembre (Michael Cerveris), a la vaca Gene, a Peter, a Olivia... y a Walter, sobre todo echaremos de menos a Walter Bishop, con sus excentricidades, sus ideas, su sentido del humor, su humanidad, su cercanía… su tulipán blanco…

Gracias a Fringe creímos que lo imposible era posible. The End.