Tras el protagonismo que ha asumido Wario durante largo tiempo en los plataformas de Nintendo, la recuperación de Mario llevando al género a niveles “galácticos” imponía que en su nuevo plataformas para Wii el primero hiciera algo más de lo que nos tenía acostumbrados. Y poco tiempo necesita esta entrega para concretar una aportación que se basa en la defensa de la dignidad de un concepto clásico, cuya evolución no ha tenido el reconocimiento que merecía por la huída 3D aun cuando quedara camino por recorrer en terreno bidimensional.
Wario, aparte de la originalidad desbordante de Wario Ware, ha tenido varias ocasiones para establecer unas señas de identidad en su aportación al plataformas que han sido satisfactorias aunque en los últimos episodios no plenamente convincentes. Adelantamos que en esta ocasión las cosas han mejorado, aunque haya quien entienda que sigue adoleciendo de la falta de ritmo, intensidad o posibilidades que hacen de casi cualquiera de los “Marios” tradicionales una experiencia plena. No obstante en esta ocasión no todo se basa en su presencia cafre, sus transformaciones variadas y los niveles como cumplimiento de trámites. La estética propia que se filtra tanto en la música como en los decorados por los que transita ya son dignas de todos los elogios que un jugador clásico pueda reunir en su nombre.
Adorables 2D
Es pues este aspecto el primero que seduce al insertar el compacto. Dibujos animados en la introducción engarzan en la aventura con suaves animaciones cel shading. El lujoso detallismo nos engancha haciéndonos pensar que quizá era la forma en que debíamos haber visto siempre luchar por sus objetivos a los personajes de Nintendo. El control clásico incorpora los inevitables toques Wii con mesura y sentido común, lejos de obligarnos a rarezas forzadas e integrándose perfectamente en el juego (agitar para golpear el suelo, inclinar el mando para determinar donde lanzar objetos...).
El tránsito por 5 mundos repletos de fases con atractivos y coloristas diseños que iremos eligiendo según se vayan abriendo opciones, es fundamentalmente un placer para los sentidos: la entrañable riqueza visual, las animadas melodías mezclando toques clásicos y roqueros de una banda sonora que transmite buenas vibraciones y ayuda a configurar la personalidad estrafalaria de Wario, demasiado como para no entregarse, salvo para los adversos a este tipo de propuestas que confundirán su apariencia con obsolescencia.
Otro tipo de detractores, los que se encuentran dentro del propio género, han querido comparar a los antagonistas (o directamente con el primer mítico Wario Land) y ven que a Wario le sigue faltando chispa en este tipo de singladuras. Le achacan una dificultad laxa y la aparente tranquilidad con que puede alcanzarse el objetivo, por lo que afirman le falta remate. Además ven en el mayor momento de tensión, la vuelta atrás superada la fase (que nos obliga a recorrer contrarreloj el mismo escenario que acabamos de avanzar) un choque con varios principios del ritmo que crea monotonía donde se pretendía dar tensión. Maneras de verlo.
En realidad su diseño de niveles es elaborado, mantiene un interés mínimo en todo momento, hace pensar lo justo para no volvernos locos y al mismo tiempo reserva un gran margen para la explotación. Porque esa es una de sus mayores cualidades: sí, puede superarse sin excesivos complejos, pero eso entra dentro de su ánimo de no frustrar y permitir que el usuario tenga una experiencia completa al alcanzar el objetivo de su absurda aventura (el argumento es completamente irrelevante, por si alguien lo dudaba). Pero cumplir con todos los objetivos de cada fase, sacar rendimiento pleno a sus secretos y puntuar por todo lo alto al superarla sí es un verdadero reto que exige del jugador. Algo que eliminará las dudas de quien, por el incomprensible motivo que sea, no haya caído seducido por su atractivo aspecto.