Gears of War. Su continuación. Los 37 Halos. La puntual saga Call of Duty (que al parecer le tiene la moral comida a los señores de Medal of Honor). Killzone, con su continuación como eterna promesa. Far Cry, con un retorno inesperadamente exitoso...
¿Se ha parado alguien a contar las sagas basadas en FPS que copan el mercado? No ya las que pertencen al género con mayor o menor acierto, que hacen el repertorio directamente incuantificable. Limitémonos a las que se consideran “must have”, las que dan títulos de referencia, las que logran juegos del mes o del año...
Agotan. Sí, sonará duro, pero volver otra vez a atender los desvaríos argumentales por los que tenemos que volver a lanzarnos a algo tan simple como acertar disparando al enemigo, a recolectar armas con un margen de novedad bastante escaso (¿cuándo dejó de ser emocionante ejercer de francotirador en un descanso entre bombas y metralletas?) o a llegar a un determinado punto tras perdernos en el mapeado o librarnos de un obstáculo caprichoso, supera con mucho la recurrencia.
Es por ello que una nueva acometida ha de crear escepticismo. Los ‘hype’ de títulos como los antes nombrados (especialmente de algunos como Killzone...) hacen que otro lanzamiento sea visto como un mero eslabón, un entretenimiento circunstancial camino a algo mayor que algún día ha de llegarnos. Y es el caso de Resistance, a cuyo nombre le venía asociado algo de tufillo a juego que salió de forma forzada por uno de los desarrolladores fieles de Sony para aumentar el exiguo catálogo inicial de su consola.
Vale que ya entonces no se le podría catalogar de mediocre, y que su equipo demostró que esto de hacer videojuegos es algo que hacen con soltura aun cuando no sean los reyes del género al que nos referimos. Pero... ¿puede una segunda parte dar tanto como para meterse en esa pelea estresante por saturada (y competida) para hacerse un hueco entre los usuarios amantes de los mata-mata en perspectiva subjetiva?
Tras las primeras partidas a Resistance 2 concluimos que es posible. Primeras partidas preceptivas para elaborar un avance, sin entrar en profundidad. Pero podemos ya reconocer sus virtudes al afirmar que esa toma de contacto inicial en este caso fue un fracaso. Fracaso porque a pesar de que las cosas empezaban sólo moderadamente bien, en un determinado momento la pantalla nos impidió abandonar su mundo apocalíptico para publicar este artículo previo al análisis. Nos atrapó tanto que, a pesar de que aquí sólo hemos de presentarlo, podemos decirlo ya bien alto: sí, estamos ante un juego capaz de competir entre los grandes. Nos encontramos ante nuestra sorpresa con un producto apabullante, un auténtico pata negra que en todos sus aspectos merece ser considerado como uno de esos lanzamientos privilegiados.
A esa capacidad para engancharnos se le une su habilidad para disponer retos, para llevarnos a lugares fantásticos y para hacernos padecer lo inenarrable en escenas frenéticas. Y antes de entrar en profundidad en el tema, cabe preguntarse ¿qué más puede pedírsele a un videojuego?