En lo que va a ser la última época de la consola con más unidades vendidas de la historia, Nintendo vuelve a demostrar como más allá del hardware, es el deseo de superación lo que hace videojuegos memorables.
Han pasado ya varios años desde que Nintendo decidiera devolver a escena al mítico Donkey Kong. En aquella ocasión, se le introdujo en una de esas aventuras a las que está más acostumbrado quién fue su rival en el inicio de la historia de los videojuegos (Mario) antes de que este tuviera que enfrentarse a Bowser y Wario en sus innumerables contiendas. Así, Donkey Kong country aparecía en Super nintendo como uno de los últimos grandes plataformas 2D aderezados con revolucionarios renders de alta calidad que le daban al juego un aspecto gráfico sin precedentes.
Tras las inevitables secuelas que agotaron con el factor sorpresivo, es la pequeña de Nintendo, esta máquina incansable beneficiada por un ligero lifting que le ha salpicado de color permitiéndole demostrar como está dispuesta a dar guerra hasta el final, la que vuelve a hacer uso del simio más afamado desde la mona Chita para este logradísimo remake.
Los méritos de este cartucho van así más allá de la endiablada jugabilidad de la que siempre han gozado los plataformas de la compañía; el factor más sorprendente es sin duda haber consumado de una manera tan loable el trasvase de todo un 16bits de la época más gloriosa de la Super, a una pequeña Gameboy cuyas limitaciones parecen haberse dilatado de forma incomprensible.
Con ello, además de ofrecernos un valioso videojuego que por méritos propios ha de ir al número 1 de Gameboy, Nintendo nos da una lección de hasta qué punto se puede sacar rendimiento a un soporte con tenacidad y compromiso con el mismo.