Las carreras más salvajes del catálogo de Playstation 3 han vuelto. Súbete a tu vehículo preferido y prepárate para ganar sea como sea. ¡Ahora incluso podremos conducir un Monster Truck!
Hace cosa de un par de años nació un juego que sin hacer mucho ruido se coló en las tiendas. Su nombre era Motorstorm y llegaba con la idea de hacernos disfrutar de las carreras de una manera diferente a las que estábamos acostumbrados. Los circuitos estaban ambientados en paisajes desérticos con gran cantidad de saltos y velocidades de vértigo.
Ya han pasado un par de años y ahora le toca el turno a su secuela, la cual lleva Pacific Rift como coletilla. Esta vez las cosas son distintas, mucha gente ya conoce de qué va su propuesta e incluso cuenta con un buen número de fans. Los desarrolladores han optado por seguir con la misma fórmula que su antecesor pero añadiéndole suficientes cosas como para mejorar en todos los aspectos.
En primer lugar tenemos el apartado gráfico. Ya en la primera entrega tenía unos gráficos sorprendentes, por lo que en esta ocasión no veremos un cambio espectacular en su conjunto. Pero si comparamos, nos daremos cuenta de que los efectos de partículas están mucho mejor conseguidos, así como el detallismo de las inclemencias del tiempo o el acabado gráfico general, pasando por las mayores deformaciones de los vehículos. Así que quienes no hayan jugado nunca al primer Motorstorm, seguro que se sorprenderán por su belleza visual que no tiene desperdicio.
Si nos fijamos en el aspecto jugable, hay que destacar que la dificultad se ha moderado respecto a su predecesor. En un principio puede que se nos haga raro y nos cueste hacernos con el control de los vehículos, pero en cuanto juguemos un par de partidas conseguiremos hacernos con un puesto en el podio.
Lo que hace que se nos resista el manejo es sobre todo en la física, punto en el que flojea en una traba que ha venido arrastrando desde un principio. El mayor problema está en que muchas veces nuestros vehículos (los pequeños sobre todo) empezarán a rodar con una facilidad extrema al dar una curva o coger un pequeño desnivel, con lo que perderemos unos valiosos segundos que pueden ser la diferencia entre la victoria y la derrota.