Nunca hubo otro igual. El género de lucha uno contra jamás conoció éxito similar. Street Fighter 2 se convirtió en un éxito icónico, en un símbolo gracias a que todo en él acompañó: acertó en el momento, dio calidad y diversión, y sólo se le pudo hacer un reproche: nunca habría otro a su altura.
Iniciábamos los 90 con las recreativas echando humo. El videojuego doméstico preparaba por aquel entonces sus primeros ataques para tratar de aproximarse a sus espectáculos deslumbrantes, tras años de 8 bits en que las coin-op humillaban los apartados técnicos de las reliquias que disfrutábamos en nuestras casas.
El beat’em up se había convertido por méritos propios en el género indiscutible. Double Dragon había sido casi tan determinante para él como lo sería el nombre que nos ocupa dentro del suyo, pero en el caso de Double Dragon, sus discípulos sí subieron el listón y nos dieron años de Golden Axes, Shadow Warriors, Final Fights y un largo etcétera que brindaban emoción, largas partidas y el brillante modo cooperativo.
Precisamente este último, el Final Fight, tenía una interesante anécdota. Para muchos acabaría siendo el favorito del que ya hemos dicho terminó por ser género de moda, pero además estuvo a punto de cambiar la historia de forma determinante al presentarse inicialmente bajo el nombre Street Fighter 89. Algo que alterado el rumbo de una saga, ahora sí, imprescindible.
Si esa posibilidad existió fue porque, no nos engañemos, el primer Street Fighter no era precisamente la joya de la corona. No había una excesiva convicción sobre sus cualidades y su impacto fue limitado. Era lógico pues un cambio de planteamiento, y los mismos diseñadores y parte del equipo así lo habían entendido.
La situación no era excepcional: en general, los juegos 1 contra 1 no solían llegar demasiado lejos. Entre posibles rutinas que los volvían repetitivos, limitaciones de decorados y los escasos argumentos y pantallas (en una época en que el jugador necesitaba ver “más”), el videojuego llamaba a correr más aventuras que limitarse a vencer al tipo de en frente. Algún ye-ar kung fu (mítico en MSX), algún The Way Of The Exploding Fist... pero nada hacía presagiar el terremoto que supondría la llegada del segundo Street Fighter.
Tu peor enemigo... dentro de ti
Los motivos de su éxito fueron variados... resumibles en un “acertó en todo”. En el momento, en el estilo, y sobre todo, en la jugabilidad.
Uno de los aspectos que más énfasis han cobrado en la continuación que nos ocupa (y quien quiera seguir sabiendo de las virtudes del ‘2’, que vea el apartado adjunto) era el de la simplicidad. ¿Cómo lograr que cualquier usuario tenga posibilidades de engancharse sin experiencia, y que al mismo tiempo pueda llegar a especializarse con una curva de dificultad profunda?
Los problemas en este tipo de propuesta son varios: hay que diferenciar a los personajes, hay que permitir algunos movimientos simples y unos pocos complejos, hay que evitar que se convierta en un machacabotones donde se gane por azar... Las formas de acertar... sólo una. La podíamos llamar... sí, “Street Fighter 2”.