Nunca hubo otro igual. El género de lucha uno contra jamás conoció éxito similar. Street Fighter 2 se convirtió en un éxito icónico, en un símbolo gracias a que todo en él acompañó: acertó en el momento, dio calidad y diversión, y sólo se le pudo hacer un reproche: nunca habría otro a su altura.
Entre los que han pretendido sucederle, las confusiones han sido evidentes. La típica vía del “más, más, más” (más movimientos, más raros, más combos, más personajes...) haciendo que aprender a jugar sea un master especializado en un juego concreto.
Street Fighter aunaba simplicidad con lógica, movimientos especiales con una común inspiración que se reproducían de distinta forma según los protagonistas (que a su vez matizaban sus estilos de lucha por pequeños detalles).
El reto en sus innumerables secuelas era obvio: cómo evolucionar conservando la base. Tirar de su fama sin limitarse a ella. Y sin nada que destacar tras demasiados años, la vía para este Street Fighter IV que ha sido un terremoto desde su primer anuncio, la dieron algunos clásicos que habían encontrado otro camino: mezclar la apuesta retro y la actualización, algo que ha logrado modernizar conceptos clásicos manteniendo el espíritu (caso del Ghosts and goblins en PSP o el Contra en una versión inédita en España).