Llevaba ya un tiempo en que además de hacer promesas nos convencía de que las cumpliría. Killzone llega a las tiendas como uno de esos escasos elegidos en que no hay margen para el error ni para la decepción, y todo lo que se diga de él es redundante: estamos ante un auténtico Must Have.
Experiencia completa
Nuestra estancia en el planeta Helghan es una visita a un lugar temible que no deja de ser sugerente. Los cambios en la iluminación a medida que nos movemos, los destellos cegadores hiperrealistas, la tierra entristecida por una atmósfera fría y unas luchas apocalípticas hacen que cada uno de sus recovecos sea un lugar en que tratar de orientarnos para volver a disparar a unos enemigos que se mueven y actúan con una capacidad de articulación asombrosa.
La disposición de retos, dentro de lo que su modo historia propone, es un cómplice guía hacia el show. Con opción de ver en todo momento nuestro siguiente objetivo, el trabajo en equipo nos permite inicialmente ocupar una posición discreta mientras nos hacemos a los controles (que incluyen algunos “prefabricados” para determinadas escenas y que recuperan el sensor de movimiento del mando de Ps3). No obstante nuestros compañeros siempre reclamarán de nuestra acción, nos cederán los momentos de protagonismo (justo reconocimiento al propietario del juego) y así podremos aniquilar a los primeros rivales de enjundia, pilotar tanques o usar las primeras ametralladoras fijas. Incluso si nos dormimos demasiado, estos, víctima del fuego al que han tenido que enfrentarse sin nuestra ayuda quedarán en el suelo hasta que podamos acercarnos a socorrerles: la mejor forma de que sean efectivos será mediante el trabajo en equipo.
Como antes apuntábamos, la forma de llevarnos de un reto a otro, de no dejar que nuestra atención decaiga en ningún momento, de llevarnos a tiroteos en que poner a prueba nuestra valentía e ingenio (pero al mismo tiempo dándonos libertad en cómo elegir la acción) hacen que el espectáculo sea nuestro espectáculo.
En ocasiones querremos escondernos y tratar de atacar en la distancia, pero tendremos que arriesgar, correr conteniendo el aliento para en el peor de los casos, acabar en un lugar mucho peor del que huíamos. Y están esos momentos en que creemos tenerlo todo controlado y una explosión repentina da o con una invasión inesperada, o con la entrada en escena de un tipo que no hace sino aumentar nuestros quebraderos de cabeza. Pero ni así bajará nuestro asombro, y nuestro sofoco se vivirá con gratitud. Porque pocas veces antes en un videojuego habremos estado tan cerca, habremos tragado humo y arena mientras notábamos el calor de la guerra, sintiendo que nuestras pulsaciones pedían un respiro al que nos negábamos rotundamente.
Amantes del videojuego excluyendo a pacifistas ultraortodoxos: la diversión tiene un nombre, es extredamente beligerante, pero extremadamente agradecido. Killzone.