Todavía con pocas horas de agonía bajo el sofocante sol de África, padeciendo ya las secuelas de una sobre-exposición al ejército de zombies que estamos combatiendo con Chris Redfield de vuelta, se impone –y agradece– una pausa para recoger las primeras impresiones de uno de los títulos más esperados del año.
Hablábamos recientemente en el artículo de Killzone 2 de la categoría especial que alcanzan ciertos productos por su cuidado y minuciosa elaboración. Nos referíamos a aquellos que dentro de la categoría de superproducción del videojuego, reciben un mimo adicional y un culto al detalle que les lleva a salir a la calle especialmente bien cubiertos. No hay margen para el error y acabamos encontrándonos con programas que por su dedicación hacen avanzar la técnica y llegan a proponer innovaciones que serán posteriormente imitadas por otros, marcando un camino a seguir.
Resident Evil como franquicia, lo es todo en el género de suspense en videojuego. Es una saga con escasos altibajos que en la cuarta entrega demostró saber reciclarse y que aportó nuevas señas de identidad que aquí se han recogido y desarrollado. El concepto de turba, la presión ante una violencia desaforada en masa que hacía palidecer a los antiguos zombies de andares erráticos y putrefactos, se presentaba como una más de las cualidades de un juego que volvió a hacerse con el corazón de los usuarios.
Con RE 5 tenemos mucho de eso... pero con mucho más. Los aciertos empiezan a acumularse desde el principio. Bajo un intenso sol que prácticamente quema la iluminación, nos encontramos rodeados de la violencia que la triste actualidad de varias zonas africanas nos ha demostrado en varias ocasiones. Y como hacen los buenos guiones, la tensión se forja desde el primer instante. Pasar junto a un grupo de lugareños de color (omitimos ridículas cuestiones racistas) agrediendo a otro con naturalidad, dice mucho de lo que viene a continuación. A cada segundo que pasa desde entonces, tememos que la angustia de los enfrentamientos contra unos zombies más temibles que nunca va a ser excesiva, y que no podremos soportar lo que nos depara su aventura.
No obstante, a medida que avanzamos y superadas las tensiones iniciales que se ven incrementadas por nuestra adaptación a controles y situación, lo cierto es que pronto nos acostumbramos a la idea de combatir contra decenas de enemigos. Diriamos que quizá se deba a que el ritmo se haya acelerado demasiado inicialmente, si no fuera porque el guión nos sigue deparando sorpresas y la apertura de los escenarios en que combatir hace que el interés se mantenga alto.
Enfocando al terror
Con una cámara situada sobre nuestras espaldas, en todo momento veremos la parte superior del cuerpo de nuestro protagonista y apuntaremos valiéndonos de un puntero láser que dará precisión a nuestros disparos. Una recolecta de munición (más abundante que en otros Resident por la abundancia de enemigos), objetos y medicinas con rasgos similares a los de siempre, presenta un aspecto relevante como es tener que usar sobre la marcha (sin menús separados ni pausas) los items, así como compartirlos con nuestra compañía. Ahí entra Shelva, una hermosa africana que nos protegerá y con la que tenemos que hacer lo propio, compartiendo y administrando nuestros recursos. Esto en lo que se refiere al modo off-line, todavía sin haber profundizado en sus otros modos que tenemos pendiente probar.
Como primer aspecto negativo, a pesar de su potente instalación en disco duro la fluidez habitual del juego se ve intercalada por momentos de carga en determinados tramos (que recuerdan pausas tradicionales en entregas anteriores que partían el ritmo) y de las que habría estado bien librarse. Además, las breves frases históricas que recogen los momentos de la historia de Resident Evil para amenizar, son un escaso aliciente más cuando en ocasiones salen sólo lo suficiente para interrumpir pero apenas da tiempo a leerlas.
En todo caso todo esto, en profundidad, lo veremos en unos días.