Lo de robar coches y escalar posiciones en la mafia, no es algo que apasione demasiado a los políticos. El alcalde de Nueva York ya se mostró en contra de que GTA IV tuviese lugar en su ciudad, y cada cierto tiempo surge algún litigio que culpa a la creación de Rockstar de los males de este mundo.
La cuestión es si GTA es sólo un juego, o si es todo el videojuego como sector. Es la extraña contradicción que hoy día no parece darse en otros frentes (nadie calificaría o descalificaría al cine por una película, ni a la música por un disco si es que estos todavía existen) y que lleva años repitiéndose, tomando siempre a los más violentos y llamativos como símbolo para agitar polémicas.
Lo paradójico es que el tema ha llegado a lo más alto, al carismático Presidente de EEUU, al hombre que rompió moldes y que debe salvarnos de algo así como del apocalipsis, y justo en el momento en que el videojuego más se ha casualizado (es decir, llegado a todo tipo de jugadores que se salen del sector más duro), justo cuando el catálogo de productos se ha abierto más que nunca con creaciones como las de Nintendo, que desde ponernos en forma a hacernos aprender idiomas o despertar nuestros reflejos, presentan demasiadas alternativas alejadas de la violencia.
Incluso reciéntemente mencionábamos cómo DS se usa -y usará con más habitualidad- en determinadas escuelas como sistema de apoyo educativo, algo de lo que los profesores que han empleado el método no tienen más que opiniones positivas.
Pero en su lugar "la educación iría mejor si los niños fueran menos dependientes de los videojuegos [...] el ritmo se ha vuelto más competitivo, los chinos, los indios, vienen hacia nosotros y lo hacen duro, están hambrientos y se emplean a fondo. Ellos están en clase mucho más que nuestros niños y le dedican mucho menos tiempo a los videojuegos y a la TV" (Obama dixit, tras la inevitable referencia a GTA).