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Boulder Dash

Diversión con diamantes

Un artículo de MG || 01 / 6 / 2002

No hay muchos juegos de la talla de Boulder Dash, aunque podría decirse todo lo contrario teniendo en cuenta la cantidad ingente de veces que ha sido plagiado/clonado. A medio camino del puzzle y la acción, uno de los juegos más divertidos de siempre, sigue vivo a día de hoy, y es bueno mirar hacia atrás, y ver cómo de largo -y cargado- es el camino que lleva recorrido.


Introducción



Debe de tratarse de uno de los fenómenos más singulares en el sector de los videojuegos, el de uno de los programas que han tenido un éxito más arrollador -incluyendo un posible record de clones-, y que pese a su obvia importancia ha pasado con discreción a un segundo plano, de puntillas por la historia, pese a los muchos seguidores que siguen guardando un recuerdo incomparable de las largas épocas de adicción que pasaron frente cualquiera de los soportes por los que se paseó.

Vio la luz por primera vez en el año 1983, con una salida inicial para Atari 400/800 e IBM PC después de que First Star Software adquiriese la creación de Peter Liepa. La compañía había calibrado las serias posibilidades que tenía el programa de convertirse en un juego de referencia, y no dudó que daría para mucho una vez se le dotará de un aspecto gráfico apropiado, que diese la imagen que necesitaba el minimalista planteamiento de Liepa.

El año siguiente sería el inicio de las licencias, instrumento que ha sido indispensable a lo largo de su vida para llegar cómo lo ha hecho a la gran variedad de soportes -y en muy distintos tiempos- y así hacer de la recogida de diamantes una empresa multiplataforma.

La clave del éxito



Hemos dicho en más de una ocasión que son muchas las características que debe reunir un juego para convertirse en objeto de culto, en un privilegiado capaz de trascender en el tiempo. Y cómo por encima de todas ellas está la jugabilidad, la adicción, esa capacidad para enganchar y hacerte volver una y otra vez a intentarlo, y que va engrandeciendo progresivamente su nombre.
El caso de Boulder Dash (BD) es un nítido ejemplo de esta filosofía: un apartado gráfico tan discreto como bien equilibrado, adecuado a la jugabilidad que había sabido darle su originario creador, pero adaptado para que cumpliese funcionalmente con su labor; unos sonidos igualmente apropiados que pese a su discreción hacían de sus Fx una buena muestra de elección idónea (y destacar la rítmica alegre cancioncilla de introducción, recuerdo consustancial al de su diversión); y todo esto al servicio de un mapeado ingenioso que hacía que con una misma base de juego, los alicientes fueran creciendo hasta explotar totalmente las increíbles posibilidades que se escondían tras una aparente sencillez.

¿Cómo explicar todo lo que BD ofrecía y todavía ofrece al jugador?
El planteamiento es de una simplicidad extrema: recoger diamantes, un determinado número por pantalla, y alcanzar el punto de salida todo antes de que se agote el tiempo. La perspectiva es la de una toma imposible, una mezcla de cenital en cuanto al escenario, y lateral en cuanto al protagonista y sus enemigos. Estos últimos se reducen prácticamente a iconos, destacando cuadrados multicolor que nos persiguen tenaz y mecánicamente, y luciérnagas que con idéntico modus operandi explotan en diamantes si conseguimos tenderles una emboscada a base de piedras. Estas, son a la vez un aliado y enemigo inerte, parte de un decorado de tierra que quitamos con nuestro paso, y que tan pronto nos cierran irremediablemente el camino, como nos lapidan mortalmente, o nos sirven para hacer alguna ingeniosa construcción con qué elaborar una desarrollada estrategia para consumar la recolecta.

Lo mejor de todas maneras, es ponerse delante de él. Iniciar la primera partida, y dejarse llevar por su poder de atracción y por esa ansia codiciosa de conseguir más y más diamantes. Entonces, los intrincados diseños de las pantallas, la variedad de retos, la necesaria planificación de algunos niveles y las diferentes maneras de acometerla, van mostrando una auténtica maravilla que desde su sencillez consigue una gran complejidad. Y desde esa complejidad, un juego de aplauso. Una auténtica fuente de adicción.

Sus entregas



Sin ánimo de entrar en el complejo entramado de conversiones para diversos soportes, así como las compañías que las llevaron a cabo (esta información aparece en la farragosa página siguiente), es interesante la evolución de Boulder Dash en un camino todavía -afortunadamente- inconcluso.

La solidez de la primera entrega, se basaba en un modus operandi tremendamente nítido, al que se le añadía un mapeado repleto de distintas situaciones y en el que se nos presentaba a la mayoría de los enemigos. Así, la segunda parte, se dirigía más a explotar todo lo bueno que se había creado, añadiendo más niveles y de mayor complejidad para sacar todo el jugo posible y dejar bien servido al personal. Observándolos aisladamente, en ocasiones da la impresión de que son un todo indivisible, jugando la secuela un papel de extensión muy trabajada ideal para sus seguidores.

A su vez, la versión coin-op realizada por Data East, se adaptaba a la perfección a las necesidades del soporte recreativo, y así ofrecía una curva de dificultad más típica de este terreno, en la que la alternancia de decorados y personajes estaban más acordes con los recursos gráficos de que se disponían, a la vez que se imponían tiempos más cortos para superar las misiones (en el componente estrategico que latía en varias pantallas, se hacía necesario pasar mucho tiempo preparando el terreno para conseguir "tratar" con ciertos problemas), y se añadían pequeños tutoriales entre pantallas para hacer más digerible la instrucción.

Pero si estas, junto a las versiones para consola que van desde la versión Nintendo hasta la de Gameboy, representan el nucleo del universo de Rockford, paralelo a él y en una suerte de ejercicio de devoción, plagio o seguidismo, una maraña de clones dan más importancia a este gran juego. Aquí la enumeración sería interminable, y no se limita a meras copias, hay juegos de verdadera calidad como el caso de Emerald Mine, aunque siempre salvando las distancias. El mejor juego en la mezcla de puzzle y acción es sólo uno, al que afortunadamente tenemos ahora de nuevo, y que es el que todos (ahora sí) sabéis, y al que todos debéis dar una oportunidad.

Vale su precio en oro. O mejor, en diamantes.



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