Puede que no responda a los rasgos típicos de esta sección de clásicos, pues no hay un antes y un después, una estela de influencias, ni una mínima presencia de sus señas en muchos años. Pero sin duda aún deben haber muchos usuarios que, con una lagrimilla virtual en el ojo, deben estar recordando preciados momentos de incomparable gozo que tuvieron frente a este gran-pequeño juego. A ellos va en parte destinada esta huella de su recuerdo, para que hagan lo que tengan que hacer (por ejemplo, pasarse por la sección de descarga al final de esta página) y así vuelvan a experimentar todo aquello que éste juego es capaz de dar desde su simpleza; pero también va destinado a otro público, al que haya llegado a seleccionar este artículo por casualidad, gente esta que no debería por ningún motivo dejar pasar esta ocasión y, con idéntico procedimiento, ver un ejemplo de lo que es un juego con mayúsculas, aunque su nombre se haya escrito en un papel pequeño olvidado bajo una gran pila de libros.
¿Qué es eso de Bomb Jack?
Personalmente, pasé parte de mi infancia creyendo que este juego era el de super-ratón. Pues sí, así me lo habían presentado y no eran pocas las semejanzas. En aquella época de inicios, las licencias eran algo aún más llamativo, y buscar un juego de superman (uff, que malo era), de Batman (aquí si hubieron grandes glorias), o de cualquier ínclito personaje era casi una obligación para muchos.
Fue así como apareció esta confusión, que no debió ser tan grande cuando una de sus escasas continuaciones en el tiempo, le llevó al Commodore Amiga (en una versión bastante flojita) a aparecer con el título Mighty Bomb Jack (para los menos versados en el pequeño roedor, super-ratón en inglés es Mighty Mouse).
El planteamiento del juego no tenía complicación alguna: recoger todas las bombas esparcidas en una pantalla, evitando los enemigos y tratando de coger primero siempre la que tenía la mecha prendida. Al no ser éste un juego cuyo objetivo fuera llegar a ningún lugar, al no haber más que cinco pantallas en eterna repetición en las que variaba sólo la distribución de bombas y la posibilidad de encontrarse unas u otras plataformas, lo verdaderamente importante era puntuar. El reto de conseguir más y más puntos. El preciado objetivo de, por ejemplo, llegar al millón de puntos.
Para ello era fundamental seguir el mencionado orden de la bomba encendida, ya que de esta manera, cumpliendo de manera estricta sacabamos 50.000 puntos, en tanto que por cada bomba que cogieramos sin estar encendida, el bonus decrecía de forma estrepitosa. Así, la dificultad subía muchos enteros, aunque en todo caso en un momento de apuros podía optarse por la mera recolección y probar fortuna en la siguiente pantalla.
¿De donde venía y a donde iba? - Conclusión
No se puede negar un cierto parecido de planteamiento con el todopoderoso Pacman -comecocos con variación de bombas-, en que está también presente la idea de contar con items que bloquean a los enemigos y permiten "ingerirlos". Del mismo modo, cabe añadir a las semejanzas que tampoco hay relevantes variaciones en las pantallas: todo se trata de puntuar. Pero de cualquier manera, las diferencias dan a Bomb Jack un carácter tan particular, que ni sus secuelas -en pretensión de originalidad- supieron/pudieron mejorar. Desde la coin-op, las versiones para 8 bits tuvieron grandes éxitos basados en la no necesidad de grandes aportes técnicos, y traslados ulteriores como el mencionado a Amiga, fueron del todo discretos. Incluso hubo una versión para Gameboy que, en lo que habría sido un soporte ideal, pasó de igual manera desapercibida.
Así, una de las mayores particularidades de Bomb Jack como juego-hito, es su escasa proyección, su trayecto de antes y después era extrañamente corto. Nadie fue capaz nunca de coger su inteligente y simple idea y darle el oportuno giro de rosca.
Pero aún así, con el asombro que produce volver a intentarlo un tiempo después, ver que aún se conservan las habilidades adquiridas y que el cuerpo te pide incrementarlas, cabe decir que Bomb Jack sí sigue vivo, sin necesidad de apostillas, sin coletillas, números romanos con que matizar el nombre o versiones poligonales. Intentar ir de nuevo a por el millón, a la usanza de los viejos pinballs, sigue siendo una divertida aventura que conviene practicar regularmente.
Y os recomiendo vivamente que hagáis caso de esta sugerencia.