Pocas pruebas hay más contundentes que la prueba del tiempo. Uno puede creer tener entre las manos una obra maestra, verse plenamente satisfecho, convertirse en freak de un fenómeno, y años después contemplar con desazón cuántos estragos ha hecho el tiempo en la obra que adoraba. Películas que un día nos parecían maravillosas, otras eran acartonadas y -sutilmente hablando- ingenuas hasta lo pueril. Series repletas de emoción resultan ahora de un artesano vergonzoso. Videojuegos que nos parecían la quintaesencia de las aventuras en formato vanguardista, tras los primeros momentos de nostalgia, nos descubren preguntándonos cómo diablos podía parecernos eso divertido décadas atrás.
Y ahí están las excepciones. Los que sí superan la prueba de los años, que desvela la verdadera magnitud de lo que teníamos entre manos. Es cierto, el Mario Bros. de la primera NES es muy diferente de lo que ahora glorificamos. Pero también es verdad que a cada uno de sus retornos, en momentos muy diferentes (y entre recopilaciones y relanzamientos por motivos varios) siempre ha logrado triunfar entre los jugadores que no se obcecaban con el supuesto aspecto pixelado del juego. Solo que si además se le da un aspecto depurado hasta el aplauso, se retocan sus detalle con tanto talento, pero sobre todo con cariño, el clásico vuelve a ser una ocasión única para demostrar sus virtudes.
Despertaba nuestras sospechas que con esa misma excusa lo vimos hace poco en Nintendo DS. La gran N lleva tiempo pasándose juegos de una consola a otra con excesivas alegrías y en este caso, que el Mario de siempre volviese tan pronto tras su acometida portátil desprendía tufillo. Sí, sería fácil volver a caer pero ¿con qué incentivo? El multijugador podía ser la respuesta.
Vivir en “Mario Land”
Entrañable hasta la médula, rematado hasta los gonces. La primera incursión, tras la pseudohistoria que nos lleva a dónde siempre (aquello del rescate de Ms.Peach) nos permite apreciar cómo se ha sacado todo el jugo a unos mundos cuya fantasía se sublima. Las melodías, uno de los grandes aciertos de toda la vida y objetivo de proporcionales cuidados, arropan al jugador que contempla con media sonrisa cómo los enemigos (incluso ellos entrañables), coreografían ciertos puntos de la melodía en uno de tantos detalles geniales. Son las formas de hacer un remake con consciencia del producto que se está trabajando, del culto que merece. Porque es el Mario de siempre, y al mismo tiempo da gusto el modo en que se vuelve a él, disfrutando del hecho de conocer sus reglas, de su look y de sus nuevos retos. Además, al nuevo jugador –exceptuando a los ultramata-mata, que no quieran saber de nada más– les da un plataformas mucho más profundo y perfeccionado, gracias a su base, de lo que podía encontrarse por otra vía.