De las mejores representaciones de la acción, de lo que el cine tiene para aportar al videojuego sin condenar al jugador al mero espectáculo, ahí está Max Payne, volviendo a ofrecer todo lo que su nombre promete, y cargando con el lastre de competir consigo mismo en distintas conversiones.
No va a ser tratada como merece esta conversión a Ps2, a pesar de que Max Payne regrese con todo su carácter, rostro displicente y contundencia dándole al gatillo, dispuesto a llevar a la acción a su límite máximo. Y no va a serlo por motivos técnicos comprensibles, a los que siempre habrá que achacar problemas de adaptación. Algo de obsolescencia de soporte, algo de dejadez en la adaptación, pero la comparación con la versión de PC que analizamos en su momento, hace que muchos se tiren atrás antes siquiera de haber atendido a las primeras ráfagas de tiros.
Si fuera juzgado de forma independiente, sin observar de qué es capaz hacer en un moderno compatible -la PS2 lleva ya unos años, con un PC de entonces poco podría hacerse-, aún con sus deficiencias y aspectos mejorables, Max Payne seguiría siendo uno de esos títulos que vale la pena tener. Porque de entre toda la mediocridad, las vueltas sobre lo mismo cambiando matices o innovando en algunos detalles, aquí la tensión, el ritmo y el suspense lo hacen valioso y garantizan partidas en que es fácil acabar involucrándose hasta las cejas.
Por ello, antes que nada, abordemos los defectos para dejándolos a un lado, tratar lo que debería ser más importante.
Si bien gráficamente no destaca negativamente con respecto a otros títulos de éste soporte, es lógico que quien haya visto cómo se mueve nuestro aguerrido detective en la pantalla de su ordenador quede decepcionado y se lleve un juicio tremendamente negativo. Pero incluso a nivel de movimientos o colisiones algunos fallos en lo básico -no es algo infrecuente que en algún caso, algún enemigo quede muerto entre dos habitaciones, muro mediante- no deberían afectar a la jugabilidad en sí misma.
El problema principal a este respecto, lo imponen los tiempos de carga. Desde alteraciones del frame-rate, ligeras ralentizaciones o golpes cuando se va a iniciar una escena pregrabada (algo que aparece con claridad, pero sin ser especialmente grave), se nos anuncia el que puede ser principal obstáculo. Porque cada una de esas secuencias, interesantes a primera vista por su plena inserción en el curso de los acontecimientos y que no impiden grandes escenas de adrenalina, pueden saltarse, pero sin resultados válidos: caso de evitarlas, una pantalla de carga hará igualmente lo que antes se hacía por debajo. Cargar el resto.
Así pues, sería preferible atender a lo que vemos en pantalla. Entre elegantes viñetas de cómic, la fría voz susurrante de Max se entremezcla con la banda sonora -valioso elemento a comentar- cuando no es el propio motor del juego el que nos muestra detalles de la historia, a la vez que presenta personajes, unas veces nuevos, otras viejos conocidos.
¿Qué hace esto especialmente grave? La rejugabilidad. Volver a intentar pasar por escenas anteriores, más cuando hablamos de un producto tan trabajado en que podemos observar distintas reacciones según la partida y nuestra forma de proceder, es una posibilidad que queda muy menoscabada desde el momento en que sencillamente hay que pasar demasiado tiempo para seguir adelante. Y eso cuando no nos quedamos sin animación ni distracción alguna, a mitad de nivel esperando cargas para tener más terreno de avance.