Durante estos últimos meses, el rol occidental se ha nutrido de interesantes propuestas de desarrolladoras europeas, aunque ninguna de ellas ha logrado destacar en demasía: Drakensang: The Dark Eye -de Radon Labs- es un juego de corte clásico ataviado de tópicos y sobresaturado de clases de personajes; Risen es más bien un popurrí de elementos extraídos de los anteriores títulos de su desarrolladora, Piranha Bytes... El tercero en discordia es Divinity II: Ego Draconis, disponible para PC y Xbox 360 desde el pasado mes de noviembre. ¿Se trata de un pequeño lagarto de pantano... o quizás nos encontramos ante el rey de los reptiles?
En el año 2002, la desarrolladora belga Larian Studios finalizó Divine Divinity, un juego de rol de acción que había recibido numerosos cambios a lo largo de su producción. Su punto fuerte era la unión de dos elementos opuestos: combates rápidos y frenéticos en contraposición a una exploración pausada y gratificante. El resultado fue más que satisfactorio para los pocos que tuvieron oportunidad de catarlo, ya que su distribución fue muy limitada.
Ego Draconis no ha corrido la misma suerte que la de su antecesor. En esta ocasión, nos pondremos en la piel de un matadragones que se verá envuelto en una misión para evitar los pérfidos planes de Damian, el villano de turno. A primera vista, la trama principal puede parecernos típica, pero su gran baza radica en el hecho de que ningún personaje se la toma en serio. ¿En cuántos juegos de rol el protagonista responde con un "suelta ya tu encargo o lárgate" una vez ha comprendido la mecánica del asunto?
Otro de los ases en la manga de Divinity II es la posibilidad de convertirnos en dragón para remontar el vuelo y explorar los paisajes desde un nuevo punto de vista más ígneo y escamoso. Eso sí: el esperado momento de la transformación no llegará hasta que hayamos invertido muchas horas completando mazmorras y tareas. Para entonces ya dominaremos a la perfección el estilo de combate del juego. Éste es muy versátil y flexible gracias a las cinco ramas de habilidades de las que disponemos, a saber: sanador, guerrero, montaraz, mago y matadragones.
Con cada nuevo nivel adquirido, recibiremos un punto de habilidad acompañado de una completa libertad para tomar nuestras decisiones. El juego permite todo tipo de alternativas: los puritanos pueden invertir todos sus puntos en una rama determinada, mientras que los alternativos pueden combinar poderes hasta dar con su propio estilo. ¿Un guerrero sanador que lanza flechas paralizantes? ¡Hecho! ¿Un sigiloso arquero con conocimientos arcanos ofensivos? ¡Adelante! Ego Draconis no nos castigará por experimentar; una vez hayamos llegado al ecuador de la trama principal "adquiriremos" un sirviente que nos devolverá todos los puntos gastados siempre que queramos explorar otras posibilidades combativas.
A decir verdad, Divinity II es uno de los pocos juegos de rol que sabe premiar a los aventureros curiosos y valientes. Los escenarios son amplios y ofrecen una variedad cromática que se aleja del gris monótono que parece haber invadido a la presente generación de consolas. En cada rincón de estos extraños parajes hallaremos misiones secundarias originales y divertidas. Prácticamente ninguna tarea repite concepto o idea, y suelen haber múltiples soluciones para llevarlas a cabo. Triángulos amorosos entre pueblerinos, hechiceros que maldicen rimando, fantasmas que ansían ser liberados... No podremos evitar sorprendernos ante cada paso adicional que demos en el reino de Rivellon.