Uno se encontró con el cerdo psicópata en un recopilatorio navideño lanzado junto a grandes títulos como Operation Wolf, y su presencia casi le molestaba en las ilustraciones de la portada. Se trataba de uno de esos packs de la época, en que era frecuente la inclusión de dos al precio de uno, pero en que también ocasionalmente nos encontrábamos con casos como este, el de 5 juegos empaquetados. Y de todos ellos, el del cerdo desequilibrado, retratado de forma temible en la portada y con personajes de aspecto cómico ya durante la partida, era el que menos atraía. Incluso tiraba para atrás.
Paradojas de la vida, después éste resultaba ser uno de los más divertidos y de los que más enganchaban. Partidas absurdas, variables, repletas de emoción nos descubrían un juego en que en el multijugador tan pronto podíamos unirnos a nuestro colega para ir contra nuestros rivales como para aniquilarle cuando no lo matábamos (o moríamos) por error.
Con todo, hablar del amable cerdo que de psicópata tenía poco, es una excusa. Porque es cierto que entonces estas cosas podían suceder, dar con joyas inesperadas o con rarezas ponzoñosas como algunas veces hemos descrito. En el mercado de entonces había mucho más margen para las propuestas originales, salieran bien o salieran mal.
La cosa es que hubo un pasado en el que no todo eran hordas de consumidores buscando el siguiente Pro Evolution, un nuevo juego cualquiera de carreras de coches (porque ¿no ha salido aún el nuevo Gran Turismo, verdad señor tendero?) o un shooter en que cambiar de traje y enemigo para abatir rivales en otro lugar. Y todo esto, a cuenta de que, por casualización, gustos dominantes o como se quiera ver, el sector del videojuego hoy día camina hacia la clonación perpetua. Y podemos seguir maldiciendo a todos aquellos que hacen lo que hacen (comprar, jugar) vez tras vez, o entender que quizá ya no sea su decisión, sino la de un mercado obsesionado en dar y pedir lo mismo.
Hoy, el tema nos revienta particularmente por Muramassa. Ni copias de prensa, ni opciones para adquirirlo. Su supuesta llegada a España, con retraso, fue el sueño de una noche de verano. Su materialización, un imposible. Pero no es un caso aislado. Estamos acostumbrados a que en el cine se nos imponga la misma película varias veces, a que si una sale bien, la obligada continuación sea la que tira de tópicos una vez la creatividad esté consumida. Pero los extremos a los que estamos llegando en el mundo del videojuego nos lo pone muy difícil, más a un país en que por los pelos recibió la reedición de ICO, en que joyas como Shadow of The Colossus son tratadas como “uno más”, mientras el que vende más es el clon del juego de motos, o el producto para adiestrar perros que se coloca en puestos destacados de ventas.
Y a todo esto uno se pregunta ¿por qué tanta obcecación con la crítica por parte de las compañías –esta nota no nos gusta, ese comentario es inapropiado– o con el poder del marketing y sus lecciones avanzadas, cuando ni uno ni otro pueden evitar que joyas que señalan sin descanso los críticos caigan en el olvido?
Uno quisiera jugar al Muramassa.
En su lugar echará una partida al Psyco Pig Uxb.