Ya puestos a profundizar en el problema, este explica uno de los casos más sangrantes del videojuego moderno, el de Konami, una de las compañías míticas y autora en los 80 de varios juegos para el recuerdo al año, que lleva encerrada desde entonces en sus antes nombrados Pro Evolution y Metal Gear, y alguna licencia o producto irrelevante y desganado con el que maldecir la idea de variedad. Una lástima.
Zelda, Zelda, Zelda
Sí, por si alguien lo duda, Zelda es un buen juego. Diríamos que excelente. Esta vez no hay barco, ni caballo, sino un tren en el que, eso sí, tenemos que recorrernos sus mundos contemplando el horizonte y enfrentándonos a indiferentes pasatiempos que a veces nos pillan desprevenidos y nos cuestan la partida. La forma de avanzar, de ir de un castillo a otro, se remata con la obligación de volver siempre a un punto central y en ocasiones obligarnos a recorrer todo el mapa con alguna nimia excusa. Vamos, un “paquí, pallá” en toda regla que no siempre se lleva a cabo con la alegría y justificación necesarias, en parte porque puede que esto sea algo que hicimos hace poco de forma parecida, o porque sus creadores ya habían diseñado algo similar y no estaban para grandes revoluciones por las obligaciones del calendario de lanzamientos.
Así, diseñar juegos se limita a cambiar nombres a castillos, colores y distribución de plataformas. A recuperar un flautín haciendo de “occarina” para llamar a recuerdos mitológicos, a pasarnos a un modo gráfico algo evolucionado con el que terminar haciendo lo mismo, ubicando las piezas en lugares diferentes, añadiendo algún item nuevo (que suele ser afortunado en manejo, eso sí) a los que ya hemos manejado en otras ocasiones pero que, lógicamente, estos debemos volver a recoger. A equilibrar esa mezcla de intenciones en que el nuevo jugador ha de sentirse cómodo y verse introducido progresivamente, sin que al mismo tiempo el veterano se aburra, y que da para que uno encuentre retos muy difíciles para empezar, y que otro deambule a ritmo de déjà vu en los primeros compases del juego, sin la sensación mágica que en esos momentos solía acompañarnos.
Que en el argumento de la ocasión concreta la princesa aparezca de buenas a primeras y por cosas del guión su espíritu se venga con nosotros y sea un poderoso aliado, que algunas acciones o las melodías del nuevo instrumento de viento conviertan en parte del juego nuestros soplidos, que su acción vuelva a engancharnos, no evita que al volver a empezar el nivel cuando perdermos la vida, se lleve con peor ánimo. No evita que someternos a las largas luchas con que la dificultad quiere reclamar protagonismo (especialmente a partir de sus “fases nevadas”) nos pille desganados, pensando que su maravilloso control es agotador para luchas tan extensas.
Pero para qué engañarse. Todo porque sus problemas se resumen en lo antes expuesto. El “esto ya lo he hecho”, agravado por el poco tiempo atrás en que lo hicimos. Al fin y al cabo la exploración de cavernas tuvo siempre rasgos muy similares, pero no es lo mismo afrontarlas cada año que cada 3 o 4. Incluso el intratable GTA llega a saturar si tenemos que enfrentarnos a sus episodios con la frecuencia que recientemente se ha impuesto. Pero claro, hay que cuadrar balances, las empresas han crecido demasiado para arriesgar o no tener fuentes fijas de ingresos, y cuando llega el E3 uno se gana líneas en la prensa de forma segura si saca sus grandes marcas a la palestra. Aunque estas no brillen como antaño lo hacían. Aunque alguna mítica empiece a cansarnos.